miércoles, 19 de diciembre de 2012

Para esos locos como tú y como yo.


Quisiera dedicar unas líneas a esas perdonas comprendidas por pocos, esas a las que les suelen mirar extrañados, preguntándose si están locos, esas de las que estamos rodeados sin darnos cuenta. Quisiera dedicar unas líneas a los románticos.
Pero no quiero dedicárselo a esos románticos amantes que se besan en cada lugar que encuentran, en el metro, en el bar donde toman algo con sus amigos, en la calle, no me refiero a esos románticos.
Me refiero a esos románticos que cuando les preguntaron de pequeños qué querían ser respondieron veterinario, o barrendero, o camionero  o marinero; y que hoy en día no lo son (o sí), pero tienen un trabajo igual de poco común y romántico. Me refiero a esos locos que cuando decidieron qué carrera querían estudiar ellos eligieron estudiar filología clásica (¿filoqué? ¿Y eso qué es lo que es? ¿Sirve para algo?). Aunque no sirviera para nada, aunque tuviera aproximadamente las mismas salidas que opositar a princesa de cuento, porque esos locos decidieron estudiar lo que les gustaba y luego ya se verá. También me refiero a esos locos que de pequeños decían que querían estudiar veterinaria y cuando crecieron lo siguieron queriendo, a pesar de que fueran más años, que significara quedarse sin vida social y tener los codos (y las rodillas) pelados, a pesar de que tuvieran que esperar otro año más para entrar en la carrera porque joder no me ha dado la nota y yo no quiero hacer otra cosa.
También va para esos locos que les gusta mucho el fútbol, pero mucho, mucho, y son seguidores del Atleti. Porque también son ellos los que dicen eso de este año sí que sí, este año ganamos al Madrid y de esos que son fans de Torres. En resumen, son de esos que les gusta sufrir, que para qué ser fan de un equipo que gana siempre, ¿dónde está la gracia? Estas líneas van para esos que animan a Pedro Martínez de la Rosa en la Fórmula 1.
También van dedicadas a esos locos que pasan horas en la cola de una tienda esperando el lanzamiento de un disco, aunque lo pudieran comprar sin espera apenas diez minutos después de la apertura ( o descargarlo), ellos lo quieren los primeros. Para esos locos que les flipan los idiomas o las lenguas muertas y te sueltan un latinajo con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos brillantes. Para los locos que les encanta la historia, o la física y se maravillan con cosas en las que tú ni siquiera te fijas. Para los locos que discuten sobre arte en la barra de un bar y gritan palabros extraños antes de echarse a reír. También va para esos que adoran leer y se vuelven locos por un libro, hasta el punto que cualquier cosa les recuerda a él.
Para todos vosotros, locos de a pie de calle, van estas líneas. También van para mí, por muchas cosas que no me avergüenza confesar.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Mi padre

Mi padre hace, es y tiene muchas cosas, no todas buenas, pero tampoco todas malas. Squirrel, este texto es para ti, para la Squirrel del futuro, para que cuando lo leas recuerdes lo que te motivó a escribirlo y te acuerdes de esos motivos por los que tienes que quererle, que a veces se te olvidan.
Él, mi padre, tu padre, se llama Á, aunque él siempre lo escribe sin tilde y tiene un apellido que no voy a poner aquí, pero es algo del clero y tú también lo llevas como apellido.
Él es alto (como tú), calvo salvo por algunos pelos en la parte de atrás de la cabeza que le harían parecer un monje si no fuera porque se parece a todo menos a un monje (gracias al cielo ya no tiene pelo en el flequillo), tienes los ojos marrón oscuro, la nariz grande (como tú) al igual que las orejas (como tú). Tu padre es un tío grande, tiene una gran barriga que por mucho que tú y tu hermana os empeñéis nunca conseguiréis que pierda, tiene las manos grandes (como vosotras) y también los pies (como vosotras).
Él es siempre el alma de la fiesta, sonríe mucho y siempre está contando chistes o gastando bromas, haciéndote ataques de cosquillas por sorpresa y cantando donde quiera que vaya. Cuando está contento nadie puede pararle, aunque hace un tiempo que ya casi nunca está contento. También tiene sus cosas malas, se enfada mucho, por cualquier cosa, y tiene un genio malísimo (recuerda la única vez en tu vida que te ha pegado, lloraste durante horas y aún debes tener la marca en el trasero del azote que te dio). Es muy entusiasta y se deja guiar mucho por las modas, sobre todo por lo que tengan, hagan o les guste a sus hermanos (a los que adora sin condiciones).
Siempre llega pronto a los sitios, (al contrario que tú) aunque el resto lleve cuarenta años llegando tarde. Es tan bueno que muchas veces parece tonto (mira, como tú) y lo da todo por la gente a la que quiere, aunque no paren de decepcionarle una y otra vez. Le gusta cantar (como a ti) y arrancarse a bailar en las celebraciones familiares, aunque sepa de sobra que lo hace de pena (sí, también como tú).
Le gusta el bricolaje, el fútbol, los deportes de motor y todo tipo de deporte salvo el golf y esas tonterías de ricos (también compartís ese gusto en concreto). Se ha pasado años yendo a buscarte a cada entrenamiento de fútbol y viendo cada partido, aguantando todas las derrotas y dándote un abrazo al terminar, frecuentemente acompañado de un lo has hecho genial, qué pena que el resto sean unos paquetes, aunque el paquete eras tú. Le gustan muchas cosas que tú no entiendes, como la agricultura, las máquinas o su trabajo. Su trabajo, él es un hombre enamorado de su trabajo, aunque sufre, no descansa y le está desgastando poco a poco. Pero él es feliz porque se recorre el país con su camión y puede ver paisajes que ni siquiera llegas a imaginar.
Últimamente él ya no disfruta tanto de los grandes placeres, ni tampoco de los pequeños, ya no empieza ataques de cosquillas ni sonríe demasiado, porque está pasando por el segundo peor periodo de su vida y no tiene ganas de ser feliz. Por todas estas razones y por muchas más recuerda, Sorita del futuro, que eres igual que él y él es igual que una persona que ya no está, tan igual que muchas veces le miras y tienes ganas de llorar. Recuerda que te quiere y se sacrifica por ti más de lo que puedas imaginar. Recuerda que tienes que valorar a un padre porque de una semana a otra puedes perderlo y entonces ya será demasiado tarde para arreglarlo.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Crónica de una madrina amateur: los pañales.


Que cambiarle los pañales a un niño es una odisea lo sabe todo el mundo, que sin práctica esa acción se hace mucho más difícil es de cajón. Claro que una cosa es decirlo y otra hacerlo.
Aquí donde me ven soy madrina y tía primeriza, pero primeriza amateur al mayor nivel imaginable: el último bebé que hubo en mi casa/familia/entorno fui yo. Hasta que llegó a pequeña V (alias princesa, ardilla y otros muchos). Así que aquí estamos, en el lado derecho del ring: Sorita, madrina amateur, joven inocente que aún no llega a la veintena. En el otro lado del ring, V. bebé de 10 meses cuyo mayor objetivo en la vida es chillar y reír a gritos hasta que te estallen los tímpanos.
El primer round comienza cuando Pijiprofe, léase madre de la criatura y hermana de una servidora, llama al teléfono diciendo que llega y que baje a por la niña que tiene una plasta más grande que Barcelona y la tienes que cambiar porque yo tengo que ir a comprar pañales y pintauñas y una horquilla color rosa palo con pintitas azul Prusia… En fin, que hay caca y toca limpiarlo. La técnica en teoría es sencilla, la niña tumbada en la cama, muñeco y peluche encima del bebé para entretenerle y que no se levante, bajar pantalones y leotardos del tirón, aguantar los pies con una mano mientras con la otra abres el pañal, sacas una toallita de la caja, le limpias, levantas el culo del bebé, retiras el pañal, lo doblas, colocas uno nuevo, cierras y subes de nuevo los leotardos y pantalones. Claro que eso es pura teoría.
La realidad, como podréis imaginar, es mucho más compleja. Le das a la niña su peluche favorito (Oso Peposo robado anteriormente propiedad de la Tita oseasé yo), le bajas los pantalones y los leotardos. Hasta ahí bien, lo malo llega cuando respiras hondo y, preparándote para lo que viene, desabrochas los dos lados del pañal y lo retiras un poquito. Ay madre, quién me mandará a mí. Huele mal, muy mal, y le llega hasta el ombligo. Hemos topado, señoras y señores, con una olorosa caca sobaquera (como dicen los expertos). Suspiras, pensando en un campo de orégano para mitigar el olor, bajas el pañal y coges una toallita. O lo intentas, porque la maldita está pegada a la siguiente y con la otra mano tienes que sujetarle las piernas a la pequeña mientras con esa mano tiras y tiras hasta que sacas cuatro toallitas pero no consigues separar una y ella trata por todos los medios de meter las patas de Oso Peposo en el pastel de su culo y alrededores. Finalmente consigues separar la toallita y procedes a limpiar: maldita sea ¿es que esta cosa no es capaz de limpiar?  Tu pequeña princesa tira el oso a Cuenca, tú te planteas ir a recogerlo, pero no ves que sea buena opción así que le das lo primero que tienes a mano, la caja de las toallitas.
Mientras ella está de nuevo entretenida tú procedes a trasladar la caca de un lado a otro de su anatomía, puesto que esas toallitas no limpian, desplazan y a la vez tratas de respirar lo menos posible y controlar las arcadas. Parece que va funcionando, te atreves a retirar un poco más el pañal y (haciendo caso a la caca del tamaño de toda Barcelona y alrededores) limpiar un poco más mientras parece que ella te quiere ayudar sacando una a una todas las toallitas del paquete y esparciéndolas por la cama y mira que a ti te estaba resultando difícil separarlas. Cuando el número de toallitas esparcidas llega a un nivel alarmante decides quitarle el paquete, pero claro, eso a ella no le gusta y protesta gritando y tratando de ponerse de pie. Entras en pánico, la plasta a su libre albedrío en el pañal, el culo manchado de la niña amenazando con levantarse y esparcirse por la cama, tienes que entretenerla, rápido. Lo que más a mano tienes, tu pelo. Inclinas la cabeza hacia ella y dejas que te tironee del pelo mientras se te saltan las lágrimas, con una mano limpias, con la otra sigues tratando de sujetarle los pies y tu nariz está más que demasiado cerca del olor de la plasta que, por cierto, no se va ni con las diez toallitas que has gastado ya.
Vale, culete, ombligo y sobacos limpios, retiras el pañal, tratas de doblarlo con todas las toallitas dentro, deseando que cierre, desaparezca el olor y procurando encerrar ese pedacito de caca que pugna por salir y mancharte la mano entera porque claro, los lagrimones no te dejan ver mucho. Casi hecho, pones el pañal limpio debajo del culete lo que me faltaba ahora, que te hagas pis en la cama limpia y te planteas ponerle pomada en el culete, que le están saliendo los dientes y lo tiene rojito, pobrecita mía, pero levantas la cabeza y ves el bote de pomada, en la otra punta de la habitación, la niña terremoto amenazando con arrancarte el pelo, el pañal sucio al que la niña está poniendo ojitos y…. desistes. Le pones en pie y subes más bien como puedes los leotardos y los pantalones, suspirando porque sabes que ya has acabado.
Has sobrevivido al cambio de pañal.
Milésimas de segundo después aparece la madre de la criatura por la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, cita para la peluquería y Ay, vaya por Dios, se me han olvidado los pañales, ¿qué tal? Ahora eres tú la que te cagas, pero en la Pijiprofe, en los pañales, en la madre que la parió y en tu cabeza tonta de madrina amateur que no se le ha ocurrido poner a los hipnotizadores (lo de los Cantajuego ya lo contaré en otra ocasión)  para entretenerla.
Ahora, madres superexperimentadas, tenéis permiso para ponerme a caldo  a mí y a mi técnica en los comentarios.

viernes, 19 de octubre de 2012

Vivir en un zapato

Yo sólo quiero, mamá, vivir en un zapato
Para correr por mil sitios
Y conocer mil lugares
Para caminar por la hierba
Como si fueran rosales.

Yo lo que quiero, mamá, es vivir en un zapato
Para ver pasar cien piernas
Y nadar en cien mares
Para mirar hacia el cielo
Y dejar de ver los males.

Porque yo quiero, mamá, ser una lagartija
Corretear sin pesares
Y así poder ver la vida,
Como si viviera en una suela de zapato.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Los monstruos no saben que son monstruos

Los monstruos no saben que son monstruos.
¿Lo sabías? Desde que naces sabes que los monstruos son monstruos, antes de saber que las hormigas no se comen (disculpen queridos amigos de ese lugar que no recuerdo en el que se comen fritas) y mucho antes de saber que los delfines son mamíferos.
 Pero ellos no lo saben, al igual que los niños no saben que ellos son humanos. Si resulta que sale un niño con complejo de filósofo y pregunta, ¿qué soy? Su padre rápidamente contestará, "Un niño, por eso tienes colita." O su equivalente femenino. Nadie le contestará que es humano y los niños no lo aprenderán hasta la escuela. 
Sin embargo, ¿hay una escuela para los monstruos? Claro que no, ni siquiera hay una escuela para los fantasmas, o para los entes que nosotros llamamos monstruos del armario. Es por eso que los monstruos temen a los humanos, especialmente a los adultos, porque en realidad, guardadme el secreto, los monstruos quieren hacerse amigos de los humanos. 
Ellos quieren ser nuestros amigos, sienten curiosidad por nosotros al vernos con sólo una cabeza o sólo cuatro extremidades, tan poco pelo y un habla tan extraño. Qué diferentes son, piensan ellos, me gustaría saber cómo son, cómo piensan estos humanos. Pero claro, los monstruos se acercan a nosotros, amistosos, enseñándonos una enorme sonrisa con sus tres, cinco o doce bocas, dispuestos a conocernos, hablar y, si resulta que no somos peligrosos, preguntarnos si es verdad que tenemos dedos al final de las piernas y esa cosa que llamamos pies. 
Cuál es la sorpresa de los pobres al hablar con nosotros cuando, nada más verles, gritamos y retrocedemos de un salto, dispuestos a protegernos con lo primero que tengamos a mano, como una baguette del día anterior. Pero eso no es lo peor, lo peor viene cuando, sin venir a cuento, les chillamos que se vayan, monstruos. Así, de forma gratuita. Sin haberlo pedido les soltamos a la cara que son unos monstruos, el nombre más despreciativo que se les puede dar. Que no son normales, que no son buenos, que asustan, que son feos, peludos y huelen mal. 
 Los monstruos retroceden, asustados, temblando ante la sola palabra y la convicción con la que se lo han dicho, deseando dar media vuelta y correr hacia el armario, la cama o el cajón de la alacena de donde hayan salido, con lágrimas resbalando de sus múltiples ojos.
 Dicho esto yo me pregunto, queridos amigos, ¿de verdad son ellos los monstruos?

jueves, 20 de septiembre de 2012

¿Caducidad o madurez?


Todo cambia. Llega un momento en el que sabes que las cosas van a cambiar, tu mundo se va a trastocar, que tú vas a cambiar. Y asusta, asusta mucho. Porque sabes que ese momento va a llegar, que se desliza lentamente hasta ti y antes de darte cuenta ya te está afectando. Me refiero, por supuesto, a crecer.
Todos hemos querido ser niños, todos hemos disfrutado siendo niños, diciendo que queríamos ser mayores pero, en el fondo, adorábamos ser niños. El problema llega cuando el niño (adolescente) empieza a madurar y a convertirse en un adulto. No hay una edad exacta, algunos dicen que se produce al llegar a la mayoría de edad, otros dicen que se produce al llegar a la quincena, otros, en cambio, que no llega hasta la veintena, o hasta la primera vez que se hace el amor, o hasta el primer coche, o el primer trabajo, o la primera cana.
No hay un momento concreto, hay hombres y mujeres con coche, trabajo y un buen puñado de canas (muchas veces ocultas bajo el tinte) que siguen siendo niños, hay mujeres de veintitrés años que siguen siendo niñas y hombres que a los dieciséis ya se hicieron hombres.
En cambio, es algo que esas personas sienten, tienen un sexto sentido, un je ne sais quoi, un vago presentimiento que les dice que algo va a cambiar y tardan un tiempo en darse cuenta de qué es lo que va a cambiar, pero al final lo saben.
Los hay que están alegres y aceptan la madurez con los brazos abiertos, gritándole que se dé prisa, que ya quiere ser mayor; los hay que les pasa al contrario, se asustan, no quieren que llegue y tratan de retrasarlo lo máximo posible, quieren seguir siendo niños, pero no hay retraso que valga.
La madurez aún no me ha llegado, pero siento cómo se extiende por mi cuerpo, cómo va avanzando lenta pero inexorablemente y, si no consigo pararla, en unos meses me habrá convertido en adulta. Y seré una adulta de (casi) diecinueve años, en segundo de carrera, sin carnet de conducir, coche ni piso propio, con trabajo temporal, más canas de las que quiero admitir y siendo una madrina (i)responsable. 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Un beso de alien.


Le miras a los ojos y por primera vez te das cuenta que tiene un reflejo azul en el fondo de su mirada será un alien que pugna por salir. Y ya está, no puedes pensar más porque los labios de ella se acercan a los tuyos, sientes la respiración en tu rostro y sabes que te va a besar. Iba, mejor dicho, porque tú te has echado a reír pensando en el alien que habita en el fondo de su mirada.
“¿Qué pasa?” Te pregunta. Pues que tienes un marciano controlando tus movimientos en la cuenca de tus ojos quieres decir, pero salvas el momento con toda la dignidad que eres capaz de improvisar. “Reía porque es irónico que seas tú quien me vaya a besar a mí cuando llevo meses soñando con atacar esos labios tuyos que lucen tan dulces”. Contundente, parece que la has golpeado en la cabeza con un bate porque se queda quieta unos segundos, el mismo par de segundos que tienes para asimilar lo que has dicho y darte cuenta que eres un completo idiota.

jueves, 30 de agosto de 2012

Pantalones y sexycidad


Tengo unos pantalones indecentemente cortos.
Son unos pantalones vaqueros cortos, muy cortos, tan cortos que nunca me los pongo por eso, porque son indecentemente cortos. Son esa clase de pantalones que te hacen piernas de kilómetro y medio, enseñan tu poco culo, tus grandes muslos y tu preocupante celulitis. Hoy me daba igual todo eso, porque me he levantado sintiéndome sexy y no había nada mejor que mis pantalones indecentemente cortos.
Todos tenemos un día, o un momento al día, en el que nos sentimos guapos, sexys, deseables. Ese momento suele coincidir con un día en el que no tengas que salir a la calle más que a tirar la basura, o sean las doce de la noche de un martes, o cualquier cosa con tal de que no te vea nadie. Pero a ti te da igual, debe darte igual, porque ese día te sientes sexy y te basta con mirarte al espejo para que te entren ganas de bailar, cantar a voz en grito como cualquier triunfito y practicar tus mejores caras.
Qué decir a eso. Todos somos un poco idiotas, pero nos sentimos felices siéndolo. Dicho esto os dejo, porque hoy llevo un día muy idiota y me apetece ponerme a bailar frente al espejo con mis pantalones indecentemente cortos.
Hoy me siento sexy.

PD: ¿Sexycidad, qué es eso?

lunes, 30 de julio de 2012

Tan solo tú.

No tengo palabras para describirlo. Eres tan frágil, tan pequeña, que siento la necesidad de protegerte a cada minuto. Tus sonrisas son tan dulces y abundantes que me he acostumbrado a ellas y, cuando no sonríes, me esfuerzo para que cedas y, creando un pequeño hoyuelo, esboces una de tus maravillosas sonrisas. ¿Sabes que te sale una arruguita en la frente cuando sonríes? Es porque se te alzan los pómulos, y vuelven tu rostro en forma de corazón. También se te achican los ojos, y pareces una niña asiática, tan dulce que si estuvieras en la mesa a la hora del postre no dudaría un segundo en comerte.

Así, con los pómulos marcados, tu arruguita, ese hoyuelo, y los ojos brillando, diciéndome a gritos que eres feliz, que estás bien, que eres la persona más especial del mundo, no puedo evitar sentirme totalmente enamorado.

También estás preciosa cuando estás triste. Los ojos se te agrandan y te brillan aún más que de costumbre. Arrugas nariz y se te encogen los labios, como si estuvieras conteniendo un sollozo, pareces un ángel. Pero no me gusta que estés triste y procuro estar a tu lado, abrazarte y sentir tus brazos aferrados a mí como si no hubiese mañana. Tú y yo formamos una burbuja al mundo, nadie puede molestarnos y sé, cuando me abrazas de esa manera y rompes a llorar en mi pecho, que lo nuestro será para siempre, que siempre estaré allí para apoyarte y quererte, para levantarte y limpiarte las lágrimas, para susurrarte al oído que todo saldrá bien. En esos momentos me dan ganas de decirte que no llores, que no sufras, que no tienes porqué hacerlo, que te amo y eso puede ser la solución a todos tus problemas. Pero no lo hago. No lo hago porque no es lo que necesitas, tú lo que necesitas es tranquilizarte, dejar de llorar a otro hombre y mi mano amiga, que te sostenga y te haga reír. En esos momentos me dan ganas de llorar, pero guardo mis lágrimas para otra ocasión y te susurro que te quiero, que estoy aquí.

Tú me oyes, y con el tiempo dejas de llorar y vuelves a sonreír, vuelves a ser esa niña a la que tanto adoro, esa a la que se la ilumina la cara cuando la regalo una rosa por su cumpleaños, esa que es feliz por volver a la infancia y montarnos en un tobogán que encontramos en un parque.

Eres la chica que me hace sonreír por las mañanas, y pasar horas en la cama, recordando los mejores momentos del día, tan divertidos y especiales que hacen que te claves dentro de mí, tan dentro que ya formas parte de mi cuerpo.

viernes, 27 de julio de 2012

Una mejilla con sabor a sal


Una mejilla con sabor a sal, una mirada al infinito, una sábana blanca, unos ojos cerrados, una mano aferrada a un cristal, un abrazo que no llega, un adiós que no se dirá.
No importa si son centímetros o años luz de distancia, no importa porque importa demasiado, no importa toda la gente que abarrota el aire, seguimos siendo los mismos. Pero importa porque ya no somos los mismos, somos uno menos en una mesa en la que ya no se canta.
Da igual que hiciera meses que no nos veíamos porque los abrazos no caducan sino que se renuevan y nos sentimos más unidos que nunca, por desgracia.
Todo sigue igual, tal y como siempre hasta que llega la tormenta, llueve y te das cuenta que las ventanas están cerradas, que son relámpagos los que caen y no hay nadie gritándote desde la calle, ni sentado en el banco.
Pierdes los estribos, gritos sordos que nadie escucha, saludas una vez más y elevas los hombros, las lágrimas caen ocultas por la piel, escuchas historias que se repiten una y otra vez, tratando de crear un consuelo que ralla en la histeria.
Somos más que nunca a pesar de ser uno menos, un objeto que se vuelve mítico, quejas a media voz, entre sollozos, periodos de paz antes de que se acabe el tiempo.
Porque el tiempo se agota y lo sabemos. Somos los de siempre, juntos, sentados esperando que el tiempo pase, aprovechando los últimos segundos, sin darnos cuenta de lo que vemos. Entonces se apaga la luz, se cierra la puerta y dejas de ver nada porque todos pasan a ser nosotros y somos más fuertes que nunca mientras amenazamos con caer.
La cabecera de la mesa está llena de recuerdos que no vamos a olvidar.

domingo, 20 de mayo de 2012

No te olvides.

No olvides que una noche cualquiera la lluvia nos vio despedirnos, callando todo lo que nuestros labios no supieron decir, todo lo que importaba y de lo que nos arrepentimos entre lágrimas con sabor a lluvia.
No olvides que me hiciste sonreír cuando sólo quería llorar, que me acompañaste cuando estaba sola, que fuiste mi soporte, mi amigo, mi mecenas.
No olvides los momentos que pasamos, como perfectos desconocidos que se convierten en amigos desde siempre, las largas caminatas por sitios desconocidos, los paseos junto al río, las carreras bajo la lluvia, las interminables horas viendo cosas maravillosas.
No olvides todo lo que reímos juntos, no olvides los arbotantes, los magníficos, todas las locuras que gritamos a un mundo que no nos comprendía.
No te olvides que, una noche cualquiera, la luna nos vio ser felices, por última vez antes de que el cielo empezara a llorar ante el primer y último abrazo que nos daríamos jamás.
No te olvides de mí.

viernes, 27 de abril de 2012

Un amor de verano.

Él sólo fue un amor de verano. Un amor de verano especial, puesto que sólo se convirtió en amor una vez que terminó.
No fue un amor de verano cualquiera, no fue como los demás, desenfrenado, ardiente, apasionado, irreflexivo, no fue nada de eso en absoluto. Fue un amor forjado a base de sonrisas, de risas y carcajadas, a base de momentos inolvidables en un entorno mágico, ese amor se forjó a base de libros, museos, paseos y arte, a base de intereses comunes y conversaciones interminables. También se forjó a base de silencios entre dos personas desconocidas que se encontraban y juntos, por azar del destino, se iban solos a disfrutar de la magia. 
Su encuentro no fue un encuentro de película, ambos iban en busca de otra persona, mucho más guapa, mucho más sexy, mucho más atractiva. Dio la casualidad que el destino quisiera que esas dos personas deseadas se encontraran y se juntaran, dejándolos a ellos solos, frente a frente, un segundo antes de ocultar la decepción. Sus ojos se encontraron y no les quedó más remedio que sonreírse y sentarse a hablar, cómo te llamas, de dónde eres, cuántos años tienes, qué estudias, cuál fue la última película que viste. Saltó la chispa, el interés prendió en ella, el interés prendió en él, una propuesta inesperada, vente conmigo, te llevaré a un lugar maravilloso que aún no conoces, que te encantará, seré tu guía, de acuerdo. Pronto se dará cuenta que se llena de orgullo y dice palabras como magnífico, maravilloso, perfecto, con una sonrisa y grandes gestos, siempre con una sonrisa en los labios, siempre haciéndola reír, siempre, siempre, son una melodía en los labios.
Pasan los días, las semanas, se ven todos los días, acompañados, solos, como fuera, están solos en un mundo extraño, y podría decirse que se han hecho amigos. El tiempo se agota y estrechan lazos entre caminatas, risas, museos, cultura, ardillas, música y risas. Llega el último día y apuran las horas, los minutos, saben que no volverán a verse y se desahogan, jugando como niños, marcando sus diferencias, muriéndose de risa mientras el mundo les ve ser felices jugando con nada. El tiempo se acaba, llega la noche, una noche mágica, con algo de lluvia, un escenario de película, junto al río, mirándolo fijamente, en silencio, frente a su lugar preferido de la ciudad, iluminado para la ocasión, para despedirlos, no se tocan, el silencio esconde sus pensamientos, sólo que no hay silencio, él, como siempre, tiene una melodía en los labios.
Llega el momento, el tiempo ha sido un suspiro a su lado, el mejor verano de su vida y aún no es capaz de pensar que se acaba, que no le volverá a ver. Sus caminos se separan y no saben cómo despedirse, dos besos, buen viaje, cuídate, lo mismo digo, un abrazo. Un abrazo. El único abrazo de todo el verano, por el que ella lleva suspirando todas las noches, agarrando la almohada.
Se separan, el tiempo se ha agotado, un último adiós, una última mirada.
Ella camina, alejándose, dándose cuenta que se acabó el tiempo, que no le volverá a ver, que la ha abrazado, que ha sido un gran amigo, una persona como no ha conocido nunca, que ha sido su amor de verano. No habrá más sonrisas, más risas, ni más magníficos ni más maravillosos, no visitarán más sitios juntos ni la volverá a abrazar. Sólo ahora se da cuenta lo importante que es para ella, todo lo que ha sentido en ese abrazo que él sabía que necesitaba y que ha estado esperando hasta ese último momento para darla. Se sienta en un vagón medio vacío, percatándose de todo, llorando por lo que ha perdido sin darse cuenta, por todo lo que ha tenido en sus manos y que nunca más volverá a tener. Camina por las calles a oscuras encogida, no por frío ni por la lluvia que comienza a salpicar, sino porque se pronto la ciudad está en silencio, no se oyen risas, sólo el sonido de la lluvia golpear el suelo, sólo el sonido de sus sollozos ahogados. No está él con sus melodías en los labios.

jueves, 5 de abril de 2012

Pequeña.

Pequeña, ¿qué te ocurre?
Estás diferente, ya no eres tan dulce, tan alegre, tan feliz, como eras antes, ya no me besas cada mañana para despertarme con tus labios, ya no me sorprendes con un abrazo mientras preparo la cena, ya no corres a mi lado cuando vamos a vernos y me saludas saltando a mis brazos.
Pequeña, ¿qué te pasa?
Ya no buscas mis labios, no sonríes cuando te acaricio, cuando te beso, me aparto y te miro, esperando a que abras los ojos, no veo en ellos la luz de siempre, ya no te tumbas sobre mí en el sillón, no me dejas mensajes secretos en el espejo del baño.
Pequeña, ¿qué ha pasado?
Los vientos me dicen que es la rutina, que tus labios se han hecho tanto a los míos que ya no saben a nada, que tus manos ya no sienten las mías, que tu cuerpo no desea el mío y tu corazón se ha acostumbrado al irregular latido del mío, que calla sólo por oírle latir.
Pequeña, ¿estás aquí?
Resulta que la rutina me ha hecho acostumbrarme a ti, si mis labios no saben a los tuyos dejan de percibir sabor, mis manos tiemblan si no tocan las tuyas y mi cuerpo se encoje, se pierde en la inmensidad de la nada sin el tuyo.
Pequeña, ¿has olvidado lo que fuimos?
Recuerda el color del cielo los días que me querías, el olor de la hierba fresca sobre la que rodábamos, construyendo espirales de risas y locura, el sabor de la brisa que mecía tus ropas aquellas interminables noches frente al mar en las que me contabas tus planes, tus deseos. Recuerda el tacto de todas esas sonrisas, de todas esas miradas, de todos esos sueños.
Pequeña, recuerda que te quiero.

miércoles, 4 de abril de 2012

Cántame tus sueños.

Cántale a la diosa luna todos tus deseos, pero date prisa, hazlo antes de que amanezca.
Susúrrale a la noche lo que quieres, qué es lo que tu corazón busca, qué es lo que anhela y declama, entre jadeos, en esta noche. Cuéntale a los dioses lo que amas, cuéntales qué es lo que sientes, tú, mi dulce luna de abril, en esta noche tan clara, en la que te siento tan cerca, tan luminosa, entre las sábanas.
Hazles saber que me amas, grítalo, no calles lo que tus besos, torpes, ocupados en otras cosas, me transmiten. No silencies los latidos de tu corazón, que palpitan al ritmo de los sueños, de los sueños que ya hemos cumplido, de los muchos que quedan por cumplir pero, sobre todo, de los sueños que estamos cumpliendo, aquí y ahora, en este preciso instante, bajo esta luna de abril que baña tu cuerpo.
No tengas prisa, los dioses nos esperan, yo te espero, mi brisa de primavera, pero no te detengas, no dejes de dibujar con tus dedos todos tus encantos, todos tus caprichos que se enredan en mi cuerpo y me atan a ti durante el inmenso instante de esta noche que nos une. Hazlo con calma, despacio, no agotes los suspiros que nos quedan, dedícalos a decirme que eres tú, sueño que se escapa entre mis dedos, dedícalos a quererme, a abrazarme el alma y acogerla para siempre, para toda la eternidad de esta noche.
Canta esta noche a la luna lo que siempre quisiste decir, cántalo porque la dama de luz se marcha y el sol toca las campanadas del ocaso de la noche. Cántalo antes de que despierte, porque después no quedará nada.

domingo, 1 de abril de 2012

Aquello no era una escena de sexo.

Aquello no era una escena de sexo, pero casi.

Ella no podía saber, ni remotamente podía imaginar, cuando se acercó a aquel monumento, que iba a encontrarse con aquello.

Allí, en el altar a la gloria de la patria, entre una triple hilera de columnas, dos personas, aunque también cabría decir que podía ser sólo una, estaban teniendo el momento más sexual que ella había vivido en toda su vida.

Esas personas no estaban teniendo sexo, en absoluto, pero el sexo se respiraba en el ambiente, se podía palpar con los labios y saborear con la lengua.

Y eso era precisamente lo que aquella pareja estaba haciendo.

Por milésima vez ella se lo repetía en su mente, no estaban teniendo sexo, pero la forma en la que la chica se separaba de los labios de su amante, necesitada de aire, jadeante, la postura torcida de su cuerpo, espalda quebrada en un giro anhelante, apoyada en la columna, siendo castigada por las estrías de esta, que la arañaban, golpeaban y teñirían de moratones la mañana siguiente, todo estaba impregnado de sexo.

Él tampoco se quedaba atrás, se saboreaba el sexo en su lengua, que inundaba la boca de su amante, que jugaba con el lóbulo de su oreja y que se escondía tras los dientes para que estos, clavándose en la femenina piel, la provocaran un jadeo que gritaba que aquello era sexo en toda regla.

Sin embargo, o quizás precisamente por ello, ella, la visitante, se había quedado paralizada, a medio camino entre las columnas, sin saber si irse escalinata abajo para no interrumpir, seguir mirando, o seguir paseando ya que, qué más faltaría, no era ella quien estuviera haciendo algo censurable allí. Aunque, a decir verdad, aunque quisiera no podría alejarse de allí. No por imposibilidad física, bastaría con dar media vuelta y bajar la escalinata que acababa de subir, dirigirse a cualquiera de los maravillosos lugares que plagaban la ciudad, sino que ella, tan dulce, casta e inocente, nunca había presenciado una escena de tal calibre.

Aquellos desconocidos no podían imaginar que a aquella chica nunca la hubiera besado nadie, que sus labios, suaves y finos, no habían sido tocados por otros labios, que su cuerpo, maduro,esbelto, hermoso, no había sido preso del amor. Mejor dicho, ¿amor? ¿qué amor? No había sido preso del deseo, del ardiente avance del fuego por sus curvas, iniciado en su mente, en su cintura, en sus caderas, y extendido hacia cada parte de su anatomía hasta que no cupiera en él una brizna de cualquier cosa que no fuera el deseo.

Claro que por supuesto, aquellos desconocidos no eran precisamente conscientes de que estaban siendo observados y eso hacía a escena más secreta, más excitante y aún más sexual si cabe. Ella no sabía si era que estaba desarrollando un gusto por el voayeur, si era una enferma, sacudida por el morbo de aquella situación o si acaso era un sentimiento totalmente normal para una joven como ella.

Para el caso lo mismo daba, puesto que a pareja seguía sin sentirse observada, besándose, lamiéndose y amándose, jugando a ser uno mientras, en la sombra, una chica era incapaz de apartar la mirada de aquello.

Aquello que no era en absoluto sexo, pero la palabra estaba escrita en cada centímetro de su piel y, en su mente, quedaría por siempre grabada en cada centímetro de aquel lugar.

jueves, 29 de marzo de 2012

Nada.

El viento no es nada si no viaja en él tu risa,
el sueño no es nada sin un beso
que despida nuestras almas hasta el próximo encuentro
en la madrugada de una noche cualquiera,
de un lugar sin nombre donde tú te encuentras,
soñando tus sueños, soñando princesas
viviendo tus cuentos, tus vidas, tus metas
sin saber, que en algún lugar lejano
ella acude de nuevo a la cita, soñando que la besas.

sábado, 24 de marzo de 2012

Deseo.

Te comería a besos sin parar a tomar aliento, pero me matarías si lo intentase.
Te dedicaría mil y una poesías cada día, pero tú no las leerías.
Pasaría horas mirando tu cuerpo, pero tú no me dejarías.

Jueguemos a que me quieres.
Caminaría contigo de la mano, te dedicaría sonrisas, pasaría noches enteras acariciando tu cuerpo, disfrutaría contigo tus pasatiempos… Durante el día seríamos la pareja perfecta para el mundo, en la noche… En la noche seríamos sólo tú y yo, con la Luna como único testigo de nuestros pecados.

Bonita utopía.

lunes, 19 de marzo de 2012

Ocho letras

Ocho letras, tres sílabas, dos palabras.

Todo el mundo sabe a qué me refiero. A veces se le añade delante un Yo. Pero no quiero decirlo, estoy harta del Yo, llevo toda la vida diciendo Yo y ya me he cansado. Me he cansado de ser un sólo pronombre, dos letras egoístas e imitadas por todo el mundo allá donde alcanza la vista. Ya no quiero ser un yo. Tengo claro lo que quiero ser, y quiero ser Yo, pero también, quiero ser y decir tú. ¿Cómo pasar del yo al tú? ¿De ser yo a ser, simple, llana y perfectamente, él? Tampoco quiero, porque hay una conjunción que nos separa, que nos ata y nos angustia, encadenándonos a vernos sin poder tocarnos, hasta el fin de la frase.

Porque yo quiero ser una palabra más larga. Nada como esteatopíjico o esternocleidomastoideo. Tan sólo ocho letras, en una sola palabra. Te daré una pista: comienza con la negación, la negación de estar separados. Nosotros.

¿Por qué no serlo? Desligarnos de la conjunción, de la coma, del infinito espacio que con separa entre las líneas, para ser uno sol, parte de una misma palabra, del mismo conjunto, de la misma vida.

Tan sólo son ocho letras lo que quiero ser, y sin embargo no son tan diferentes de esas otras ocho letras que todo el mundo conoce. ¿Cuánta gente las ha dicho? O mejor, ¿Acaso hay alguien que no? ¿Cuánta gente las ha gritado, susurrado, escrito, besado?… ¿A cuántos de vosotros se os ha escapado, en un suspiro, en una noche cualquiera?

Y aún así, a pesar de haber sido reiterado tantas veces, no empieza a ser vulgar.

Dos palabras, ocho letras, es sencillo, ¿no?

¿Y por qué entonces me cuesta tanto decírtelo? ¿Por qué, cuando de sobra sé que quiero dejar de ser yo y acercarme al tú, para abandonar el mundo monosilábico y convertirme, contigo, en un nosotros?

Ocho letras, tres sílabas, dos palabras.

Te quiero.