jueves, 26 de septiembre de 2013

Cómo NO inculcar el aprecio al arte en tu descendencia.


Esta entrada también podría llamarse “Deja, idiota, que yo le enseño a tu hija” o “Cómo contener las ganas de asesinar durante hora y media de exposición”.
Sí, este es un post cultureta enfurecido contra algo ocurrido en un museo, lo siento.
Hace tiempo fui a la exposición del MNCARS sobre Dalí, sabía que iba a haber mucha gente, aunque fueran las cuatro de la tarde (lo de salir de casa en Madrid a las cuatro de la tarde en pleno julio es caso aparte). A pesar de ello no lo había asimilado del todo y, en lugar de alegrarme porque la gente se interesa por el arte, es un poco más culta y es posible que yo tenga algún futuro… acabé deseando asesinar a una decena de personas, harta de que me respiren en la nuca y parloteen sin parar.
En primer lugar, entiendo que haya mucha gente y entiendo que debían regalar prismáticos en la entrada para poder leer las cartelas pero, por favor, por favor, por favor, ¡no te plantes delante de la obra durante medio minuto para leerla! El resto de personas también quieren ver, aunque no se te haya pasado por la cabeza.
Es normal que pasen por delante porque no les apetezca dar un simple rodeo, es normal que se acerquen para ver algún detalle, incluso es normal que, con la cantidad de gente que hay en la sala, te arreen un bolsazo en plena nuca mientras tú estás tan tranquilo observando El gran masturbador…. Bueno, quizá eso no sea tan normal.
Pero sigamos, en segundo lugar, los culturetas que pululan por los museos generalmente me hacen mucha gracia, incluso me caen bien… hasta que me he encontrado con la peor pesadilla de la universidad en una larga exposición: Señoras mayores.
Aquellos que tengan o hayan tenido señoras mayores durante sus años universitarios no necesitarán que diga más. Y no, no me refiero como profesoras, sino como compañeras. Son lo peor que puedas encontrarte, se enfadan si les “quitas el sitio” (como niños), se pasan la clase parloteando entre ellas (como adolescentes) y no necesariamente en voz baja, y no paran de interrumpir la clase para hacer o 1: Preguntas absurdas que te hacen preguntarte cómo les han aceptado en la universidad, o 2: Comienzan con lo que parece que es una pregunta, pero acaba siendo una batallita o historia de su juventud/familia/queja de que como es tan mayor no puede hacer cualquier cosa.
Imaginaos mi pesadilla al tener durante una hora y media un grupito pegado a mi trasero, mitad cultureta mitad maruja de señoras.
Y no digo más que me enervo. Así que voy a enervarme un poquito más y hablaros de lo que más me ha indignado de todo (sí, es posible). Un hombre, un hombre cualquiera con su hija, una niña encantadora que despertó mi instinto maternal inexistente, o las ganas de comérmela, cuando observaba enormemente interesada las obras.
 El problema llegó cuando le preguntó una duda a su padre Papá, ¿y este cuadro qué significa? Yo me derretí ahí mismo, mirando embobada como una pequeñaja de no más de siete años no sólo se preocupaba de que fuera bonito sino de buscarle un significado a una obra surrealista.  Claro, que el padre no tardó en estropearlo con su respuesta. Y yo qué sé, hija. Esto del arte moderno no tiene sentido ninguno.
Y la niña, tomando la palabra de su padre como verdad universal, desvió la mirada y continuó andando por la sala.
Esa niña va a tener en la cabeza si no siempre, durante muchos años, que el arte moderno no tiene sentido, porque su padre se lo ha dicho y no habrá nadie que se lo explique correctamente. Esa niña no crecerá disfrutando el arte y solo si se topa con algún profesor molón que le inculque el gusto, o simplemente se lo explique, o quizá un guía de estos que enamoran, posibilidades mínimas, acabe entendiéndolo.
La que no entiende lo ocurrido soy yo, porque no entiendo que el padre desprecie un grupo de obras que está visitando ¡en una exposición temporal! Una exposición temporal que además no es parte de esa “ruta obligada” de museos cuando uno hace turismo. Si estaba allí se suponía que era porque tenía algún interés particular, no entiendo que fuera (además pagando una cantidad considerable que costaba la entrada) si ni le interesaba ni iba a hacer un esfuerzo por comprenderlo.

Éste sólo fue uno de los muchos, padres, madres, incluso profesores, uno de los muchos culpables, entre los que me incluyo, de que la gente desprecie el “arte moderno”, solamente por desconocimiento. Y me avergüenzo profundamente de ello.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Crónica de un primer día

Despedida de Pijiprofe, marido y Pequeña V. en casa. La princesa está resfriada, ronca y muy mimosa, se pasa más de diez minutos sentada en mi regazo y apenas habla. Llora mucho a la hora de merendar pero flojito, porque le duele, a mí se me cae el alma.
Al despedirnos la abrazo, abrazo a Pijiprofe y ella dice que me vaya ya, que va a llorar. Es entonces cuando yo lloro y me abraza con V. en brazos. Justo antes de entrar en el coche veo a pequeña V. diciendo adiós y haciendo el gesto con la mano, me ve llorar y empieza a hacer pucheros.
Cargada con tres maletas llego al aeropuerto, el tiempo pasa, no me doy cuenta que son los últimos minutos. Llega la hora y empiezo a llorar antes de dar el primer abrazo. Definitivo, soy una llorica.
Lo más divertido del avión son los dos sexagenarios que se sientan a mi lado. La mujer señala y avisa a medio pasaje cada vez que ve un avión, despegando y aterrizando en un aeropuerto imagínense cómo acabaron mis nervios.
Lo de los conductores de Roma ya es otro tema aparte, solo digo que con razón se les llama autista, debe estar en el contrato lo de ser borde y estúpido (no así de los taxistas, o al menos con el que me he topado, un muchacho encantador con los dientes más relucientes que he visto nunca). Cargo durante veinte minutos con cuarenta kilos de equipaje, porque me pierdo de camino al hostal de mala muerte en el que paso la noche. Sí, porque no duermo, con los ronquidos de los vecinos, ni con los chillidos de la gente de la calle. La noche se hace eterna.

En realidad todo esto no me importa, porque ahora, veinticuatro horas después de despegar de Madrid, apenas puedo creer que tenga mi casa en Roma, con compañero de piso cantante de ópera-ducha incluido.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Las miles de cosas que echaré de menos

Mi cama. Mi televisión vieja, casi tanto como el euro. Mi portátil que no funciona. Mi pato de porcelana roto. Mi corcho lleno de recuerdos inconexos. Mis estanterías.
Resulta absurdo que vaya a echarlos de menos, que de todas las cosas que entrañaré, los libros sean una de ellas. Están colocados en orden, por autor, género, gusto personal, tema y espacio. Si alguien mueve uno de sitio lo sabré al instante, podrías decirme que has cogido el decimosegundo de la segunda balda de la derecha y sabría cuál es antes de verlo. Me voy sin libros, quizá con dos simbólicos porque no puedo resistirlo, me siento desnuda sin ellos, coja.
El agua de Madriz, mi calle, la palmera frente a mi ventana y se avión de juguete que lleva en el tejado tantos años que ya está deshaciéndose, los gritos del vecino. No, eso sí que no lo echaré de menos.
Mi ducha, solo para mí, con mi colección de botes de champú vacíos, mi bidet lleno de libros que olvido devolver a los estantes, esa colonia que compró mi hermana con quince años y que ninguna de las dos hemos usado, ni tirado. Son tantas cosas las que echaré de menos sin darme cuenta que no puedo enumerarlas.
Discutir con mis padres, esas cosquillas que duelen, estar siempre enfadada con mi hermana, las lentejas.
Hoy sale mi vuelo. Volveré, en relativamente poco tiempo, y aún así para e polluelo el primer vuelo fuera del nido le parece algo abismal, gigantesco. A estas horas estaré en el aeropuerto, con tres maletas al hombro, lentejas en el estómago y rezando porque mis amigas no vayan a despedirme con una pancarta hecha de bragas.

¿Las cosas que echaré de menos? Las llevo conmigo, en mi mente, en mi cabeza, donde más a salvo están.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Conversaciones futboleras


En casa el fútbol es el deporte rey, junto con el silloning. A mi padre y a mí nos encanta, mi madre… ni lo comprende ni lo comparte, dejémoslo ahí. Supongo que sí sabe lo que es un fuera de juego, ha tenido que ver demasiados partidos como para no saberlo, pero ahí se acaba su conocimiento: Raúl, Cristiano y Casillas Madrid, Messi Barça y el blanquito ése del Barça es español, que ya se lo explicamos una vez.
Como comprenderéis, cuando trato de seguir un partido la conversación acaba siendo casi surrealista, desternillante. El otro día (ya estudiaré otro día el fenómeno de utilizar esa expresión para referirnos a cualquier momento de los últimos tres años) estábamos viendo la Supercopa de Europa Chelsea-Bayern y ella quería enterarse de qué iba la cosa.
-El niño…. *De fondo en la TV*
-¿Juega Torres?
- Sí, en el Chelsea.
-Ah, los de rojo.
-No. Los de azul.
-Pero tú tienes una camiseta de Torres roja. ¿Es la segunda camiseta? [Porque un jugador no puede cambiarse de equipo, claro está]
-No, es que antes jugaba en el Liverpool.
-Y esos iban de rojo.
-Sí.
[Tiempo después, sigo intentando ver el partido] –Ése es Mourinho, ¿no?
-Sí.
-Que ya no está en el Madrid.
-No, ahora está en el mismo equipo que Torres.
-En el Liverpool.
-No… En el Chelsea
-Ah, es verdad.
-Y el otro es Guardiola, el del Barça [Ilusa de mí, pienso que explicarle que también entrena Guardiola le aclarará las cosas]
-Ya, ya sé que ahora no está en el Barça. Va con los de azul.
-Que no… [Invoco a la paciencia] Es el entrenador del Bayern, los de rojo.
-Y ahí no juega Torres.
-No, ahí no.
-Claro, va con los de azul, que te crees que no me entero.
[Risas] –Ya sé que te enteras, mamá.
[Un tiempo después, ver el partido en silencio debe estar sobrevalorado para mi madre y lleva un rato reflexionando en silencio]
-Pues a mí no me gusta que Mourinho se haya ido a Alemania.
-Mamá, Mourinho es del Chelsea.
-Pues eso.
-¿Y de dónde es el Chelsea?
-De Alemania. [¿Conocéis ese tono que se utiliza para las frases lapidarias? Pues ése]
-¡No! [No te rías, no te rías] El Chelsea es de Londres.
-No puede ser, porque jugaba un equipo alemán y el otro no es, que son los rojos.
-Te estás armando un jaleo que ni mi armario.
-A ver, Manchester está en Reino Unido, que lo sé porque es ahí donde se va tu prima.
[¿¡CÓMO!?]
-Mamá, ¿Qué pinta el Manchester aquí?
-¿No juega?
-¡No! Es el Bayern de Múnich. Múnich, A-le-ma-nia.
-Ahhh… Esto está más claro.
-Menos mal…
-¿Y son los de rojo, no?
-Sí.
-Y los otros son los de azul, que es el Chelsea que es donde juega Torres.
-Y entrena Mourinho.
-Que no, que está con los alemanes, no me líes.

El partido más estresante y divertido de mi vida.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Silencio

Imagen de Lora Zombie en la Mart Gallery de San Petesburgo.

El silencio es la discreción, el mimetismo, la nada.
El silencio es algo absurdo que no se valora hasta que se tiene, o se deja de tener.
El silencio es difícil de encontrar y más aún de mantener.
Silencio es sinónimo de noche, insomnio, gente desvelada en camisón, una luz encendida y, escucha: ... Nada.
El silencio no existe durante el día, no existe en la ciudad ni tampoco en el campo. Los aparatos suenan, los coches rugen, los animales gorjean y los hombres, los hombres son los peores.
El silencio no existe en la playa, con el grito de las olas; no existe en la noche, con el ronco respirar de algún vecino; no existe en ningún sitio.
No existe el silencio en las bibliotecas, ni en los funerales, ni siquiera en tu cabeza utilizando tapones, tu propio cuerpo hace demasiado ruido.
El silencio es tan escaso que, cuando se produce, la paz invade la mente y el cuerpo se relaja, calma. O sucede exactamente todo lo contrario, tu cuerpo reacciona alerta; tu mente, unos segundos después, peligro.