martes, 29 de enero de 2013

Cosas que hacer en periodo de exámenes.




-Cocinar. Lo que sea, aunque los dulces tienen preferencia, especialmente esos dulces que tarden un par de horas en hacerse (o tres si es necesario) y que dejen la cocina perdida. O croquetas, no hay nada como una buena bechamel hecha con amor, cariño y fuego lento. Es una necesidad de probar recetas nuevas, como crema de lentejas con puré de patata, o saladitos caseros, o pastel de carne... o un huevo frito. La receta en realidad es indiferente, aunque gana puntos cuanto más compleja sea la elaboración.

-Comer. El estudio va unido al terror a la báscula. Las visitas al frigorífico se hacen imprescindibles, inevitables, una necesidad. Y nunca, nunca, nunca hay nada, aunque esté la nevera llena. ¿Que hay piña, melón, pera, plátano, aguacate, fresas y moras? Pues te apetece urgentemente una manzana, pero de las rojas, las verdes no. O chocolate, siempre se quiere chocolate, aunque no siempre hay del que se quiere. ¿Sólo queda negro? A mí negro no me gusta. Hay chocolate blanco, con leche, con almendras, con naranja, con menta, de fundir, con dulce de leche (lo recomiendo totalmente)… Pues te apetece ponerte remember y comer ese chocolate tan rico de Nestlé jungly como cuando eras niño.

-Probar peinados nuevos.[Sólo apta para seres de pelo relativamente largo, generalmente mujeres] Se empieza retirándote el pelo de la cara a detrás de la oreja y se acaba con un moño de tres pisos, adornos varios y tirabuzón en la cumbre. Aunque no tengas gomas del pelo, ni horquillas, todo vale. Y cuando digo todo es todo, bolígrafos, lapiceros, rotuladores, ceras de colores Uy que bien con mechas incluidas, clips, gomas de los cartones de huevos… Antes de darte cuenta te miras en cualquier superficie reflectante, te llega un soplo de cordura y te cagas en ti y en la madre que te trajo, a ver cómo te quitas eso.

-Limpiar la habitación, y la casa si hace falta. Limpio, todo tiene que quedar limpio. Y nada de método Mary Poppins ni Shery Bobbins, a fondo y sin atajos. Es imposible estudiar con ese maremágnum tras tu escritorio, afecta tu capacidad de concentración y a ti no te gusta tener la habitación desordenar (calla mamá, qué leonera ni qué leonero).

-Ordenar los libros. Sí, sabes que ya no te queda sitio en la estantería, que deberías encontrar una nueva forma de colocarlos y hacer espacio porque hay uno en la librería que te está llamando. Aunque esa tarea nunca había tenido tanta urgencia como ahora. ¡Vamos! ¿A qué esperas? Es otra tarea que tampoco se puede aplazar porque total, solo van a ser cinco minutos. Já. Después de ordenar los libros por género, autor y preferencia personal dentro de esos órdenes y sacar hueco de donde no lo hay te das cuenta que han pasado algo más de cinco minutos.

-Recuperar viejas amistades. Estás estudiando, apuntes y bolígrafo en mano cuando tu mente decide viajar a tiempos remotos y recordar, recordar un poco de todo, desde la cena de ayer hasta aquel día en el jardín de infancia cuando te regañaron por tirar el estuche al suelo. ¿Recuerdas quién era la que estaba a tu lado sentada? ¡Sí, hombre, esa morena de trenzas! Como si no hubiera niñas morenas con trenzas en un jardín de infancia cualquiera. Al final acabas recordando el nombre, y los apellidos y hasta el número de teléfono si hace falta. Y se te hace imprescindible ponerte en contacto con ella, vía WhatsApp o Facebook, para saber qué es de su vida.

-Filosofar. Yo no sé por qué hago esto. Esta asignatura no vale para nada. Si total, voy a acabar la carrera y voy a estar en el paro, o peor, trabajando en un Primark. ¡Sapere aude! Que decía Kant. ¿Sapere para qué, para repartir panfletos en Preciados? Sí es que los ilustrados no tenían razón, y menos con este gobierno de mierda, en este país de mulas. ¡Anarquistas teníamos que ser todos! Aunque claro, si fuéramos anarquistas, ¿qué pasaría con el IKEA? ¿Acabarían también con esa república?

-Escribir en el blog. Esta es una de mis preferidas. Siempre está a tu alcance, tan solo necesitas un ordenador, o papel y boli, o simplemente pensar sin tomar apuntes. Estoy segura de que el 80% de los blogs se actualizan cuando el blogger en cuestión más cosas tiene que hacer: estudiar, sacar a pasear al perro, bajar la basura, escuchar a la pesada de su mujer…

-Estudiar. Creo que, como podréis comprobar, esta no es una de las cosas que yo hago en época de exámenes.

sábado, 26 de enero de 2013

Mi periplo como lectora empedernida.



No recuerdo cuál fue el primer libro que cayó en mis manos, seguramente alguno lleno de dibujos que me regaló mi padre, o alguno que mi hermana conservara de cuando era pequeña. Sin embargo me acuerdo perfectamente del primer libro que comencé a disfrutar como lectora, el que me hizo convertirme en una lectora empedernida.

Por aquel entonces yo tenía siete años y había caído en clase con la tutora más peculiar de todo el colegio, una de las más mayores y la que fue la favorita de mi hermana. Con el tiempo también fue mi favorita, gracias en parte a esta historia. No recuerdo cómo empezó la conversación, probablemente a la salida de clase me quedara hablando con la tutora, comentando que mi hermana hablaba mucho de ella, o que me encantaba dibujar grecas, o que las mates molaban. El caso es que en esa charla ella, Olvido, nombre que nunca olvidaré (perdón por el chiste fácil) me recomendó que me leyera Harry Potter y la piedra filosofal, que a ella le encantaba. Yo, pequeña correveidile que era, no tardé en salir corriendo y soltarle a mi madre que quería ese libro, lo quería, lo quería y lo quería ya. Tanto insistí que, pese a no haber leído ningún libro mayor de treinta páginas hasta el momento, a finales de octubre tenía ya la joya en mi poder. Quedaban pocos días para el estreno de la película, que también quería ver, así que me apresuré a leer cuanto pude y, para asombro de mis padres, familia y profesores, me leí el libro completo en cuatro días, justo a tiempo para ir a ver el estreno con el libro leído.

Ese fue el principio de una gran amistad entre los libros y yo, aunque también con el pequeño Harry, historia que dura, dura y dura y aún no ha acabado, sigue siendo mi pequeña joya. Después de ese libro vino otro ¿Que hay más libros de Harry Potter? ¡Prima, déjamelos, los quiero! Y otro y otros dos más hasta que acabé con lo que había publicado de la saga hasta el momento, pero quería leer más. No recuerdo los títulos de los libros que fueron, ni los autores, sólo sé que fueron muchos, entre ellos la Colección Barco de Vapor, Kika Superbruja y Manolito Gafotas. Me había convertido en una lectora empedernida.

Lo sigo siendo, en cierta medida, ya que ahora nunca tengo el tiempo ni la vista suficiente para leer todo lo que quiero, pero los libros siempre están ahí, al igual que lo han estado desde hace doce años. Puedo asegurar sin ningún género de duda que si no hubiera leído ese libro no sería tal y como soy ahora, no estudiaría lo que estudio, no tendría los mismos gustos y ni mucho menos los mismos amigos. Porque, para que lo sepan los que piensan que leer es aburrido, a todos mis mejores amigos los he conocido gracias a los libros. A todos. Y no sabéis cuánto me alegro de ello.

Esta es la breve historia de cómo me convertí en una devoralibros, inspirada por la propuesta de mi querido Víctor en su blog ElAlma del libro. ¿Os animáis a contar la vuestra?

martes, 22 de enero de 2013

Crónica de una madrina amateur: Desprendiendo amor.


Esta soy yo rebosando amor.
Por los cuatro costados.
Amor, rezumo amor y orgullo, tanto que estoy a punto de embotellarlo y venderlo a 10€ el litro. ¿Queréis?
La pequeña V. me llama
Sí, sí, tal y como leéis, la princesa de un añito ya llama a madrina amateur. ¿Entendéis que rebose amor?
Pequeña V. me llama, me llama tata, que mola mucho más, y me llama a todas horas. Vale, que contando con que su vocabulario es relativamente reducido [mamma (cuando llora) papa (cuando ríe), guagua (el perro), guaguá (agua) y titáh (reloj, que no lo pilláis)*]… pues tampoco es que sea un gran logro. O quizá sea un gran logro precisamente por eso.
Con tan solo un año va gritando “tata, tata, ta, ta, ta….” Por todas partes. Pero no es que lo grite porque sí, porque le apetece, porque ella lo vale. Sabe perfectamente que tata soy yo. ¿Qué cómo lo sé? Porque si le preguntas dónde está la tata me mira, ¡me mira a mí!
Y me llama. Sí, se asoma al mirador, desde donde tiene una perfecta vista de mi escritorio, donde suele estar una servidora, enganchada a los apuntes, y empieza a chillar “¡tata, tata!” hasta que la oigo, la miro y ella se descojona.
¿Es motivo para rebosar amor o no es lo suficiente?


*Pijiprofe y la menda intentamos enseñarla a decir ‘patata’, aunque tras dos o tres intentos consecutivos V. se cansa y opta por darnos un abrazo y un beso, a ver si así nos callamos. [Y sí, lo hacemos, pero es que es un as del chantaje]

sábado, 19 de enero de 2013

Frío

Hace frío, mucho frío, tanto que se puede ver cómo comienza a formarse una fina capa de hielo en los coches aparcados. Hace tanto frío que el aire corta como cuchillas de hielo las mejillas sonrosadas de los transeúntes.
Ella tiene mucho frío, sentada en la parada de un autobús que parece que nunca va a llegar tirita, encoge las manos dentro de los bolsillos y trata de calentarse la nariz tapándose con una bufanda que está helada. El frío la deja adormilada, pensativa y algo atontada, el frío hace que se forme una fina capa de hielo entre la realidad y ella. Mira al suelo sin ver nada, juega con algo que tiene en uno de los bolsillos del abrigo sin ser muy consciente de ello mientras piensa.
Piensa que hace mucho frío, que debería haberse traído el coche y así evitar la espera del autobús, que al llegar a casa iba a prepararse un café caliente y una ducha, o quizá un baño, de agua ardiendo. Piensa que es demasiado de noche para la hora que es, que está harta de salir del trabajo de noche, aunque no es que tuviera otra cosa mejor que hacer. Piensa que tiene mucho frío.
Decide sacar el móvil y hacer una llamada para intentar acortar la espera infernal del autobús que nunca llega. Decide llamarle a él, oír su voz de nuevo, quizá también su risa, imaginar la sonrisa que esbozará cuando vea su nombre en la pantalla del móvil y como se reflejará en su voz, intentar conseguir una cita para el próximo fin de semana. El móvil tiembla en su mano y tiene que marcar dos veces el número porque los dedos le fallan y no es hasta el tercer intento que logra marcar el número correcto. Se le está quedando la mano helada fuera del bolsillo, el teléfono suena, un pitido largo, hola, soy Ella, ¿qué tal estás?  otro… cógelo, por favor… un pitido más vamos, cógelo... de nuevo otro pitido sin responder un tono más, vamos, responde... y un último pitido antes de la voz automática del contestador.
Ella cuelga el teléfono y lo guarda en el bolsillo, con la decepción grabada en el rostro. Tiene mucho frío, el autobús no llega.
Envalentonada por la necesidad de hacer algo que acorte la espera coge de nuevo el móvil y busca su foto en la lista de conversaciones de WhatsApp. Los dedos vuelven a temblarle y tiene las manos casi tan rojas como las mejillas.
Hola Él… Tienes una llamada perdida mía, no te preocupes, no ha pasado nada, sólo me apetecía hablar contigo
Envía el mensaje, hace poco más de diez minutos que no se ha conectado a la aplicación.
Me preguntaba, ya sabes, si te apetecería que nos volviéramos a ver
Nada más enviar el mensaje una gota de lluvia cae sobre la pantalla del móvil. Hace frío, está comenzando a llover, el autobús no llega.
No hace falta que sea esta semana, sé que estás muy liado, quizá la semana que viene… o cuando puedas
Duda, con los dedos cada vez más temblorosos, antes de enviar un nuevo mensaje.
Me encantaría volver a verte.
El corazón le late a un ritmo cercano al de un colibrí tras mandar el mensaje y parece enloquecer del todo cuando se produce un cambio en la pantalla:
En línea
Ella espera unos segundos, temblando de emoción y frío, enrojeciendo por el aire golpeando su rostro o quizá por imaginar lo que pensaría Él al ver los mensajes. Espera pacientemente unos segundos estará nervioso, no sabrá como contestar, y unos segundos más, mientras piensa la respuesta. El corazón parece parársele cuando se produce un nuevo cambio en la pantalla, aunque no el que ella espera.
Últ. vez hoy a las 19:28
Traga saliva, levanta la mirada a la carretera y el aire hace que los ojos se le llenen de lágrimas, ya llega el autobús.

martes, 15 de enero de 2013

Amor al arte contra el desamor al arte


Quedan seis días para los exámenes, hoy tienes un examen de la asignatura que más odias y peor se te da, aquella para la que estuviste semanas estudiando y aún así suspendiste. Hoy tienes el examen en tres horas y aún no has terminado de leerte el primer tema de los cuatro que entran en el examen.
Llega un momento en el que te das por vencida, me rindo, qué más da,  para hacer el ridículo en la universidad prefieres quedarte en casa y ahorrarte el disgusto del desastre. Estás triste, deprimida, te sientes incluso humillada y te preguntas qué narices tenía de bueno esa carrera para que la eligieras.
Pero la solución golpea tu cabeza con la fuerza de un mazo en movimiento. Coges el abrigo, el bolso y te vas directa al tren. En cuanto tomas la decisión comienzas a sentirte un poco mejor y hacer planes para recuperar este descalabro académico.
Bajas del tren y caminas apenas cinco minutos cuando vas llegando, lo notas en el ambiente, antes incluso de llegar a la puerta de Velázquez vas dejando de pensar en tus problemas para sorprenderte recordando cuánto te gustan esos capiteles jónicos, cómo puedo haberlo olvidado. Incluso no te arrepientes de darle la espalda a la estatua de Velázquez porque comienzas a empaparte del ambiente que te rodea y a fijarte en los detalles.
Una vez dentro y tras haber esquivado a un grupo de abuelas rubias y uno de japoneses te haces con un mapa y te sientas, rodeada de musas, decidiendo qué te apetece ver hoy, bolígrafo en mano. Trazas el recorrido ideal y  te levantas, dispuesta a empaparte de arte en el Museo del Prado.
Esta vez es diferente, tan solo vas a ver lo que te apetece, te fijas en detalles que nunca te habías fijado, como cierta forma de dibujar los dedos meñiques de los pies de un artista o el abombamiento de las tablas de algunos óleos, o el raíl que recorre toda la pared de la sala y en el que antes no habías reparado. Paseas con calma, con toda la calma del mundo, sintiéndote en casa, te diviertes escuchando a todos esos entendidillos de arte. Hay uno en cada grupo de visitantes, no es difícil reconocerlo, estará alabando las mil maravillas del cuadro tras leer el título y el autor, llamando la atención hacia detalles que supuestamente los demás no ven.
Poco a poco te olvidas del mundo exterior, de la depresión, los exámenes, la familia, de los turistas e incluso de ti misma. Ves exactamente lo que quieres ver y ni un cuadro más, cuando intentas hacer un esfuerzo y pasar por las salas de El Greco no puedes, te das la vuelta inmediatamente negando con la cabeza. Estás completamente relajada y tranquila, es casi un proceso catárquico que culmina en la sala de las pinturas negras cuando te sorprendes sonriendo mirando un cuadro que colgar en la pared de tu cuarto, con lágrimas en los ojos. Sonríes, niegas con la cabeza y abandonas la sala, feliz.
Deambulas por el museo parándote en exactamente lo que quieres, incluso buscando esa sala que llevabas tres años buscando y te maravillas al enamorarte de una taza. El placer llega a su máximo punto cuando visitas a Rubens y pareces encontrarte con un viejo amigo. Es hora de irse, pero antes solo una obra más. De camino giras la cabeza al entrar a una sala y no puedes evitar que se te escape una carcajada, ahí está, ese es el cuadro del que un calvo treintañero te habló una noche en la discoteca. Te sientas frente a él, con esa sonrisa tonta en la cara, antes de irte a buscar a tu querida Atalanta y recordar que la han cambiado de sitio.
Fin de la visita, el cielo oscuro de Madrid te recibe, con todas sus luces que te hacen pensar que la ciudad es más bonita de lo que reconocemos. Cierras los ojos, respiras hondo y te das cuenta que durante esas dos horas no ha habido problemas, has sido completamente feliz. Que te gusta tu carrera más que nada y sólo necesitabas algo que te lo recordara. Caminas de vuelta a casa y te das cuenta que la luna está preciosa, tiene exactamente la misma forma que en ese cuadro de Tiepolo que te encanta. Que el desamor al arte se combate y se vence con amor al arte.

jueves, 10 de enero de 2013

Sueños

Algo ha ocurrido, algo ha cambiado, una noticia que descubres de forma fortuita y que a su vez cambia de golpe todo lo que ocurre a tu alrededor.
De pronto el puré parece no oler tan mal, en la calle no hace tanto frío como hacía esta mañana, incluso el sol parece brillar un poco más. Los pies parece que ya no te duelen y no importa que haya una humedad del 80% y tu pelo se empiece a parecer al de un pelocho, la gente te mira por la calle y tú piensas que es porque estás guapa. Porque es cierto, te sientes inusualmente guapa en ese momento.
Sin embargo hay algo extraño, notas algo en el rostro que antes no estaba ahí, mueves los labios, carraspeas, te tocas la cara y te miras en el reflejo de los cristales del autobús.
¿Qué es eso?
Es una sonrisilla, tímida, muy leve, que está fijada de forma permanente a tu rostro y que rezuma orgullo y un poquito de suficiencia. Es esa sonrisa que no puedes quitarte la que hace que todo sea un poco diferente porque, recuerda:
Estás un pasito más cerca de lograr tu sueño.