Me enamoré de Roma hace dos años. Roma me gustaba,
me interesaba, sabía que era preciosa e histórica y que me iba a encantar, pero
no la conocía.
Conocí Roma un muy caluroso día de junio, acompañada
de un séquito de compañeros de instituto, algunos grandes amigos, algunos que
ni siquiera conocía sus nombres, estuvimos dos horas esperando en el aeropuerto
porque perdieron una maleta. Nunca olvidaré ese día.
Al bajar del autobús y pisar Roma recuerdo que
estaba totalmente insoportable, incluso llegaron a decirme que me calmara, que
debía relajarme porque no me aguantaban. Quería verlo todo, quería verlo ya y
el grupo iba demasiado lento, no podía
esperar.
Dos días después visité el sitio que [literalmente] me cambió la vida.
Hoy, dos años después, sé desde hace meses que
volveré a Roma. No haré una visita exprés, no, me voy allí a vivir. Vivir en
Roma. Ni siquiera soy capaz de creerlo.
Serán diez meses, que se harán muy largos y a la vez
muy cortos, un Erasmus que sé que no voy a olvidar.
Lo cierto es que no me han regalado [esa infame] beca, sino que he luchado
por conseguirla. He luchado mucho, más de lo que creí que sería capaz. Pasé el
verano estudiando, preparándome el idioma, dispuesta a ser mejor que los demás.
La primera mitad del curso la pasé estudiando la carrera, estudiando italiano e
inglés [por si acaso]. Fue duro, fue
muy duro y es ahora, casi un año después de que comenzara todo ese esfuerzo,
que me está pasando factura. Había veces que sentía que no podía más, que
llegaba a casa de trabajar y tenía que hacer trabajos de la universidad, que
mis pocos días de descanso los pasaba trabajando e incluso mis adorables jefes decidían que, de vez en
cuando, no importaba que perdiera clase para trabajar un día más. Sólo una cosa
me daba fuerzas para seguir.
Lo conseguí.
Parecía que todo había terminado, pero los problemas
no había hecho más que empezar. Tuve que dejar el trabajo, tenía más
asignaturas de las que debiera en la universidad y no daba [doy] de sí. Los
problemas con la matrícula italiana se sucedían y parecía imposible encontrar
una habitación para vivir que costara menos de medio millón al mes. El caos
Erasmus no había hecho más que empezar.
Desde que decidí que quería irme de Erasmus, más
bien que quería irme a Roma, he recibido muchos comentarios y he leído al menos
la mitad de cosas que circulan en la red sobre el tema, que no son pocas.
Hay mucho tópico típico, desde “vaya, vaya, así que orgasmus…” hasta “qué bien, un año de
fiesta en fiesta y sin estudiar, que en Italia os aprueban con la gorra”. Sin
embargo una de las opiniones que más me ha marcado es la de mi Prima Inglesa,
que no es inglesa pero es una trotamundos y hace poco también tuvo su Erasmus.
Después de muchas horas hablando, preguntándole dudas y más dudas [algún día os
cuento la hilarante conversación que tuvimos sobre el equipaje], un día, sin
previo aviso, me llegó un mensaje suyo a las ocho de la mañana:
“Me he levantado en modo post-Erasmus y tenía que
decirte que vas a pasar el mejor año de tu vida. Por si de todas las cosas que
te han dicho nadie te había comentado esta.”
Con esto inicio la sesión que monopolizará el blog
(o al menos eso preveo) el año que viene, aquello por lo que se titula de esta
manera el Blog: Roma, un sueño de ida y vuelta.