lunes, 5 de enero de 2015

El Derbi por excelencia

Hace unos meses, cuando la final de Lisboa, la mítica, estaba aún reciente, escribí esto. Hoy, con la ilusión de la vuelta a casa del hijo pródigo tan reciente, y con otro derbi a las puertas, quiero recuperarlo.

Sólo los más grandes son capaces de afrontar la más dulce de las victorias junto a la más cruel de las derrotas.”
El Atlético siempre ha hecho unas grandes campañas publicitarias y, aunque ésta no haya sido una de las que más han calado, como siempre golpea justo en el clavo. Aquellos que no vivieran el partido no pueden imaginarse cómo se sintió aquella final de Champions (hablamos de ella en un pasado lejano, para probar a ver si así duele menos).
Muchos niños de ahora no serán capaces de imaginar lo que les dolió a los atléticos esa final, ese gol, del minuto 93. Quizá, sólo quizá, sean los holandeses quienes puedan recordar una decepción de tal calibre. Sí, como perder un mundial en la prórroga, tengo mis motivos para decirlo.
La última gran victoria del Atlético, el año cumbre de la historia del club, 1996, el doblete. Yo, atlética acérrima desde que tengo memoria, no soy capaz de recordar esa derrota. Sin embargo puedo recordar perfectamente los dos años en segunda, el “infierno rojiblanco”, se masticaba en los billares que el Atleti había bajado a Segunda, que decía Sabina. Recuerdo a aquel familiar que tan  atlético había sido, dejaba el barco, y me regalaba un álbum de años de recortes de periódicos, que me esforcé en completar semana a semana. Recuerdo un anuncio en el que un tal Mono Burgos salía de una alcantarilla y todo el mundo se reía de un comercial tan absurdo. Con el tiempo, creo que no pudo haber analogía mejor. Recuerdo pertrecharme de una cinta del pelo ancha e imitar al polémico portero y al ya mítico disparo de Figo, que se convirtió en representación teatral de toda reunión familiar que se preciase.
En el 2004 jugué en el Atlético féminas, y al fin conocí cómo se sentía ser del Atleti desde dentro, llevar la camiseta, aunque fuera jugando con niñas de doce años.
Los niños que crecieron en mi época (o un poco antes) crecieron siendo los únicos de clase del atlético (con otro compañero, o dos, a lo sumo). Crecimos rodeados de familiares que nos preguntaban por qué éramos del Atleti (sí, como en el anuncio), con amigos que se burlaban y reían, año tras año, derbi tras derbi.
Recuerdo obstinarme, enfadarme y hasta llorar año tras año. Recuerdo discutir con el padre de una compañera camino al colegio, diciendo que esta vez sí que sí, que iba a marcar Torres el primer gol, y que les íbamos a ganar.
Imagínense una infancia y adolescencia así, imagínense media vida sufriendo, minuto a minuto, sin conocer la victoria. Hasta que la conocimos, y en Europa, de qué manera, aunque los demás pelearan por la Champions para nosotros éso era un sueño hecho realidad. Recuerdo mis primeras lágrimas en Neptuno, gritar hasta quedarme sin voz. Curiosamente, entre esas decenas de cánticos no estaba aquel de “volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones, como en el 96” Nadie se imaginaba soñar con ello, ni siqiera yo.
Los más optimistas lo soñaron, lo imaginaron, juraron y, de verdad, creyeron, que este año sí, que íbamos a ganar la Liga. Yo no lo creí hasta el último minuto. No fui capaz de soñarlo, ni siquiera, hasta que quedó media hora para el final del partido. “Treinta minutos. Veinticinco minutos” Me informaba, ¡como si no lo supiera! Un madridista sentado a mi lado.
El árbitro pita el final del partido y no soy capaz de moverme. No sé qué hacer. Entierro la cabeza en los brazos, me paso una y otra vez las manos por la cara. Lloro. Se me escapan las lágrimas y me doy cuenta que las manos me tiemblan tanto que no puedo ni chocarlas con los vecinos. Aún noto el temblor en los dedos ahora, mientras escribo esto.
Era lo que no nos habíamos atrevido a soñar. Era la victoria en el último partido, era ganar la Liga. Era el sueño de miles de niños que se hicieron del Atleti en el descenso, de quellos que, cuando les gritaban que habían vuelto a perder otra vez, respondían cantando a gritos el himno.
Y llegamos a la final de Champions. Dejando atrás al Chelsea, Milan, y al propio Barcelona. Para encontrarnos contra nuestra pesadilla de todos los años, con el vecino de campo, con el compañero de trabajo, de mesa en el instituto, el colega del bar, con el hermano, el tío y para muchos, también con el compañero de cama. Era la ocasión perfecta y no podía ser más emocionante. Unos se jugaban la décima, otros la primera. Imposible de saber quiénes iban con más ganas.
Decía un artículo (y daba de nuevo en el clavo), que ése era El Derbi. Con mayúsculas. Que, si normalmente un derbi duraba todo un fin de semana, hasta el lunes en el trabajo, donde alzabas la cabeza orgulloso y lanzabas una pulla, o la agachabas y musitabas que otra vez tendrías la revancha; pero ése derbi iba a ser el definitivo, la victoria o la derrota definitiva, que redimiría las heridas que ambos aún se sanaban (una copa perdida el año anterior el uno, años de derrotas el otro). Ése derbi se viviría toda una vida.
Y así fue, o así será, porque aún se siguen sintiendo las consecuencias de aquella cruel derrota.
Un gol de Godín un poco de carambola nos empezó a llevar al cielo. Pero aún no nos lo creíamos. Pasaban los minutos y sufríamos cada vez más, pero así era como jugábamos. Éramos el equipo que infartaba el Manzanares, nos llamaban el Pupas, y era por algo. Cinco minutos de descuento. Creo que Simeone fue reflejo de todos los atléticos en ese omento. La indignación ¿¡Cinco minutos!? ¡qué exageración! Y sufríamos, volvíamos a sufrir y nos veíamos siendo el Pupas, nos veíamos perdiendo otra final en el último minutos. Algunos de nosotros teníamos el pasado tan subido a la espalda que no supimos soñar. Y perdimos, volvimos a perder. A falta de dos minutos para la victoria más absoluta de nuestra historia. A dos minutos del sueño jamás soñado, de llegar al cielo tan solo cantando un himno con sabor a gloria. Gloria que se truncó a dos minutos del fin a manos de un magnífico Ramos.
No hay palabras para expresar la crueldad de ése momento.
Recordad todo lo que os he contado: una infancia de derrotas, ¿por qué eres del Atleti? Os hemos vuelto a ganar. “Se busca rival digno para un derbi decente”. Y te encuentras en el momento en que todo puede cambiar “es el derbi definitivo” la gloria. La tienes. Ya puedes saborearla. La copa está en el estadio y en tan solo dos minutos más (después de miles de minutos de lucha, de cansancio) rozarás el cielo con tus manos.
Es entonces cuando lo pierdes todo.
Te levantas, gimes, te hundes en el asiento, gritas, intentas en vano contener unas lágrimas de rabia que se escapan de tus ojos. Ante ti, tu ciudad, tus amigos, tu familia, están rozando la gloria.
La prórroga son sólo treinta minutos en los que intentas recuperarte del shock. No te importan los goles, por mucho que suene tópico. Empiezas a hacerte a la idea, a aceptar que no pudo ser, y a sentirte orgulloso de tu equipo, que ha luchado por lo que nadie creía que pudiera luchar, y ha estado a punto de conseguirlo. Intentas hacerte a la idea, aunque no lo conseguirás al escuchar el pitido final, ni a ver la copa en unas manos que no son las del capitán que esperas, ni cuando la estatua rodeada de gente es la equivocada; sabes que pasará a la memoria del fútbol y años después seguirás pensando “tan sólo dos minutos, la teníamos tan, tan cerca.”
Esa noche sólo quieres irte a dormir, tragarte la rabia, la decepción y la tristeza para, a la mañana siguiente, volver con la cabeza bien alta, dar la enhorabuena al vecino y decir, con total confianza esta vez, que la próxima vez seréis vosotros quien ganéis.

martes, 8 de julio de 2014

Dividida


Quedan 21 días para que se acabe esta experiencia maravillosa que llaman Erasmus. ¿Y cómo estoy? Como si dos camiones tiraran de mi cuerpo en direcciones opuestas.
Quiero volver a España, quiero abrazar a mis amigos, discutir con ellos, quiero abrazar a mi sobrina durante horas, y quisiera estar allí ahora mismo y no estar viendo por vídeo cómo le cantan el cumpleaños feliz a mi madre.
Por otra parte... no quiero irme. Mi compañera de piso llega a casa y me dice que no quiere ni pensar en que tenga que irme a final de mes, el sábado despedimos a un amigo, y el día anterior a otro, y así durante semanas... llegando a no tener tiempo de despedirte ni de amigos cercanos. Los exámenes siguen su ritmo apisonador y me encierro en casa, deseando estar de vuelta en España, deseando dejar los libros e irme otra vez a ver ese atardecer que tanto me gusta.
Empiezo a pensar y me doy cuenta que echaré de menos la ciudad, echaré de menos las personas. A pesar de las miles de historias que tengo que contar no serán ellas las que echaré mas de menos, sino los detalles, los gestos. Echaré de menos los abrazos de Alessadro, la sonrisa franca de Sergio, la calma de Leire, la risa de Simone, el desparpajo de Marco, las canciones de Andone, las locuras de Joaquín, las manos de Sarah, la mente abierta de Naroa, los pasos de María, los bailes de Tiziano, la mirada de Filippo, las charlas con Patricia, los planes de Teresa, el torrente de energía de Cathy...

Y aún así cuando le digo a mi padre que desearía estar en casa con ellos lo digo desde el fondo de mi corazón y, con el corazón encongido, cuando me responde que “ya me queda poco” no sé si llorar de felicidad o de tristeza.

martes, 3 de junio de 2014

Un día especial

Hace ya más de siete años que te conocí, a esa chica callada y tímida aunque con muy mala uva, que salía con un grupo que no le pegaba para nada.
Más de siete años después seguimos siendo tan frikis como aquel día en que descubrimos el primer nexo en común. A partir de entonces los recreos, las horas clase, se convirtieron en un no parar de hablar. Hablar, releer, compartir teorías, hostilizarnos con libros y sus finales, hasta empezar a escribir historias.
Juntas nos alejamos de un grupo en el que cada vez encajabamos menos. Carreras a comprar bocadillos, partidos de fútbol en el patio del instituto, guerras de nombres, las primeras collejas.
Nunca se te olvidará: A.P.W.B.D.
Llegaron otras personas, que se fueron, que se quedaron; llegaron más desengaños, y los primeros batacazos juntas. Y las collejas, no puedo dejar de mencionar las famosas collejas: a escondidas, en momentos que nadie miraba... hasta que el sonido retumbaba y la gente se giraba extrañada.
Nació Nefertire, y un cuaderno tras otro de decenas de historias a cada cual más absurda. Tardes en el césped con una cocacola en las manos y nada que hacer: ¿Cinco y media perro Javi?
 ¡Siguen sin actualizar Amores extraños!
Los años pasan y juntas acumulamos ya una montaña de buenos (y malos) recuerdos.
Recuerdo que en el primer cumpleaños que celebré contigo te regalé una camiseta (¿en qué estaría pensando?). Recuerdo tener la maldita mala suerte de regalarte libros que ya tienes (deja de comprarte libros, por todos los dioses) .
Recuerdo allanar tu casa y dejarte los regalos tirados en la escalera, una piñata coleando de la lámpara y comernos una tarta casera con sabor a leche y a cera. Y recuerdo un cumpleaños silencioso a escondidas en un hotel italiano.
La verdad es que recuerdo muchas cosas de las que me han pasado contigo, algunos de los mejores momentos de mi adolescencia.
Las clases de dibujo más divertidas de toda mi vida.
Descubrir las palomitas con chocolate.
 El p*** mecherito.
Devanarnos los sesos para dibujar un mapa de Idhún un mediodía de agosto en un parque.
Miles de comentarios absurdos en una agenda de caballos.
Planear mil viajes que (aún) no hemos hecho: ¿Andando? ¿¡A Córdoba!?
Morir de felicidad en clases de cultura clásica.
...Y esos son sólo algunos de los primeros.
Contigo (aunque ya soy algo más vieja) sigo siendo un poco como cuando tenía trece años, me sigue gustando quedar para ir al parque a tumbarnos en el césped, me encanta quedar contigo y hablar, hablar de libros sin parar, me encanta meterme contigo, aunque no me gusta tanto la increíble velocidad de tu brazo collegil.
Detesto no poder tirarte de las orejas en tu cumpleaños, ni meterme contigo por ser tan vieja y tan chiquitita (¿alguna vez te he dicho de qué tienes manos?). Por suerte volveré dentro de poco y quiero hacer mil planes contigo, me debes una peli, palomitas, chocolate y cerveza de mantequilla. Y yo te debo un tirón de orejas (o veintiuno).
Feliz cumpleaños canija, feliz cumpleaños tata.
Y recuerda, siempre: ¡ALERTA PERMANENTE!