martes, 8 de julio de 2014

Dividida


Quedan 21 días para que se acabe esta experiencia maravillosa que llaman Erasmus. ¿Y cómo estoy? Como si dos camiones tiraran de mi cuerpo en direcciones opuestas.
Quiero volver a España, quiero abrazar a mis amigos, discutir con ellos, quiero abrazar a mi sobrina durante horas, y quisiera estar allí ahora mismo y no estar viendo por vídeo cómo le cantan el cumpleaños feliz a mi madre.
Por otra parte... no quiero irme. Mi compañera de piso llega a casa y me dice que no quiere ni pensar en que tenga que irme a final de mes, el sábado despedimos a un amigo, y el día anterior a otro, y así durante semanas... llegando a no tener tiempo de despedirte ni de amigos cercanos. Los exámenes siguen su ritmo apisonador y me encierro en casa, deseando estar de vuelta en España, deseando dejar los libros e irme otra vez a ver ese atardecer que tanto me gusta.
Empiezo a pensar y me doy cuenta que echaré de menos la ciudad, echaré de menos las personas. A pesar de las miles de historias que tengo que contar no serán ellas las que echaré mas de menos, sino los detalles, los gestos. Echaré de menos los abrazos de Alessadro, la sonrisa franca de Sergio, la calma de Leire, la risa de Simone, el desparpajo de Marco, las canciones de Andone, las locuras de Joaquín, las manos de Sarah, la mente abierta de Naroa, los pasos de María, los bailes de Tiziano, la mirada de Filippo, las charlas con Patricia, los planes de Teresa, el torrente de energía de Cathy...

Y aún así cuando le digo a mi padre que desearía estar en casa con ellos lo digo desde el fondo de mi corazón y, con el corazón encongido, cuando me responde que “ya me queda poco” no sé si llorar de felicidad o de tristeza.

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