Estoy a poco más de un mes de irme a Roma, por fin, a lograr mi sueño y, hablando mal y pronto, estoy a-co-jo-na-da. En poco más de treinta días tengo que hacer (y aprobar con nota) los exámenes para conseguir una beca mediocre, preparar las cosas, despedirme de todo y lanzarme a una nueva y corta vida.
Estoy obsesionada, llevo pensando en Roma cada día desde hace más de un año, pero lo de ahora ha llegado a un punto alarmante. Me despierto pensando en Roma, ocho de cada diez frases llevan en ellas algo así como "cuando me vaya..." o "cuando esté en Roma..." y quince de cada catorce que pienso más de lo mismo. Hablo de Roma, pienso en Roma, como pensando en Roma y me acuesto hablando, escribiendo y pensando en Roma. Por las noches, cuando se supone que descanso, sueño con que llego allí y no soy capaz de hacerme entender, practico italiano en sueños.
Quedan millones de cosas por hacer, los malditos exámenes entre ellas, y hay momentos en los que el agobio y el terror me superan. ¿Terror? Sí, terror, terror a lo desconocido, a ir a vivir a un país donde no dominas el idioma, quieras que no, diferente al tuyo, donde no conoces a nadie y al fin y al cabo, vas a estar sola, vivir sola. Eso, para un adolescente de mi edad y generación, es el caos; recordad que somos los niños de la generación acomodada
El terror se produce también al pensar en despedidas. Despedidas alegres y que ya han comenzado, como la que os comenté en el anterior post, pero las peores, las más duras, están por llegar. Despedirte de tus padres, de tus hermanos, de tus amigos más cercanos... O yo soy muy llorica o es a todos a los que se nos parte el alma solo de pensarlo.
¿De verdad es necesario?-piensas en un momento de cobardía- Quizá sería mejor que renuncie y me quede en España, todo sería más sencillo.
Pero lo piensas solo durante un fugaz segundo, porque deseas irte más que nada y sabes que no puedes dar marcha atrás.
Aún así me veo en casa, en una cafetería, en una discoteca abrazando a la persona de la que me tengo que despedir, llorando a mares, porque me aterra despedirme y saber lo mucho que les voy a echar de menos.
Estas son las palabras que muchos erasmus no se atreven a decir, que son valientes y lo guardan todo para dentro pero, en el fondo, en las noches, abrazados a su almohada, sueltan una lagrimilla pensando en todo lo que os acabo de contar.