domingo, 28 de julio de 2013

Conviviendo con la pequeña V.

Crónica de una madrina amateur: Conviviendo con la pequeña V.

El descanso estival de universidades y colegios me ha permitido pasar unos días conviviendo con pequeña V en estado puro. Y eso da para mucho, para muchas anécdotas y muchos post.
No se engañen, queridos abuelos, tíos, primos, amigos… aunque vean a un niño seis horas al día cinco días en semana eso no implica que conozcan al niño en cuestión, en absoluto. He descubierto que mi sobrina es un monstruito totalmente diferente del que me imaginaba. Sí, sí, monstruito, y pongo el diminutivo porque ya han pasado unos días desde que me separé de ella y se me ha pasado el susto.
Un niño en su hábitat natural es algo nuevo, desconocido para todo el mundo salvo para sus padres. Pequeña V. en su hábitat natural es más hiperactiva de lo normal, más inquieta, mucho más parlanchina y hasta creo que corre más rápido.

Después de estos días de convivencia tengo una total certeza: tengo que mejorar mucho si quiero ser una buena madre. ¿Habéis visto por la calle a esas madres despeinadas, con pinta de locas que berrean como si les fuera la vida en ello a sus churumbeles? Pues me he convertido en una de ellas. Y sin ser madre, ole. 
Un día, después de más de cuatro días de convivencia continua, de “Me subo en el sofá porque me da la gana y puedo, tata”  de “Que yo solo como salchichas, la fruta pa’ ti, guapa”  y “¡Montemos un circuito de F1 en el borde de la piscina!” Madrina amateur (yo) no podía ya más, así que en un arranque de instinto animal, así como de mono de feria de V. me vi a mí misma desde fuera, gritando desgañitada ¡¡¡¡¡¡¡V. QUE TE VAS A MATAAAAAAAAAAAR!!!!! En un vocerío tal que juro que los vecinos del pueblo de enfrente aún siguen preguntándose qué ha pasado. La planta a la que pequeña V. se subió está bien, gracias, un poco tronchada y atemorizada ante un nuevo ataque de la niña mono… pero conserva al menos la mitad de sus ramas.

No todos son momentos malos, desde luego, también hay momentos de perder baba de litro en litro, como cuando se despierta cantando ‘Estrellita’ o ‘Chinita de amol’ y también momentos de risa total. Los de risa son siempre graciosos, solo que hay momentos en los que se ríe ella y otros en los que te ríes tú.
¿Los que se ríe ella? Pues estuvo el día en el que tú, inocente de ti, despistada y con mucha prisa, sales a la terraza agachada, sin percatarte que la persiana está más bajada de lo que creías y….
¡PUM!
Una bonita marca roja en la frente para el día entero y el cachondeo de tu adorada sobrina, que cada minuto y medio te mira la frente y dice:
-¡Tata!
-Dime.
*señalando la persiana* ¡Pum!
Y así cada minuto y medio durante dos laaaargos días.

Los momentos en los que me río yo me parecen muchísimo más graciosos, pongámonos en situación: A V. le encanta la piscina, la llama ‘pina’ y se pasa el día rogando porque le dejen bañarse en una pequeñita que tiene en la terraza. Un buen día, estando Pijiprofe y yo trasteando por la casa después de sacar a rastras a la niña de la piscina, bañarla, vestirle y peinarle (pongámosle un tiempo de unos 40 minutos y una niña reluciente como los chorros), ambas hermanas oímos un plas, plas extraño en la terraza.
Raudas como el rayo nos dirigimos al lugar del sonido, tras descubrir que pequeña V. se ha esfumado en el aire, y  allí nos encontramos con una sorpresa mayúscula..
 V. sentada en la piscina, con su pijamita de Mickey, su pañal, sus zapatos, arregladita como nunca y con la raya al lado, metida en la piscina y chorreando hasta las orejas.
Después de recuperarnos del susto y antes de sufrir un agudo ataque de risa, Pijiprofe mira a la niña y le pregunta:
-Pero V, ¿qué haces?
Ella, como si fuera lo más obvio del mundo la mira y contesta:
-Mama, a pina, plas plas.

Efectivamente pequeña V, no sé cómo no nos habíamos dado cuenta.