Que cambiarle los
pañales a un niño es una odisea lo sabe todo el mundo, que sin práctica esa
acción se hace mucho más difícil es de cajón. Claro que una cosa es decirlo y
otra hacerlo.
Aquí donde me ven soy
madrina y tía primeriza, pero primeriza amateur al mayor nivel imaginable: el
último bebé que hubo en mi casa/familia/entorno fui yo. Hasta que llegó a
pequeña V (alias princesa, ardilla y otros muchos). Así que aquí estamos, en el
lado derecho del ring: Sorita, madrina amateur, joven inocente que aún no llega
a la veintena. En el otro lado del ring, V. bebé de 10 meses cuyo mayor
objetivo en la vida es chillar y reír a gritos hasta que te estallen los
tímpanos.
El
primer round comienza cuando Pijiprofe, léase madre de la criatura y hermana de
una servidora, llama al teléfono diciendo que llega y que baje a por la niña que tiene una plasta más grande que
Barcelona y la tienes que cambiar porque yo tengo que ir a comprar pañales y
pintauñas y una horquilla color rosa palo con pintitas azul Prusia… En fin,
que hay caca y toca limpiarlo. La técnica en teoría es sencilla, la niña
tumbada en la cama, muñeco y peluche encima del bebé para entretenerle y que no
se levante, bajar pantalones y leotardos del tirón, aguantar los pies con una
mano mientras con la otra abres el pañal, sacas una toallita de la caja, le
limpias, levantas el culo del bebé, retiras el pañal, lo doblas, colocas uno
nuevo, cierras y subes de nuevo los leotardos y pantalones. Claro que eso es
pura teoría.
La
realidad, como podréis imaginar, es mucho más compleja. Le das a la niña su
peluche favorito (Oso Peposo robado anteriormente propiedad de la Tita oseasé
yo), le bajas los pantalones y los leotardos. Hasta ahí bien, lo malo llega
cuando respiras hondo y, preparándote para lo que viene, desabrochas los dos
lados del pañal y lo retiras un poquito.
Ay madre, quién me mandará a mí. Huele mal, muy mal, y le llega hasta el
ombligo. Hemos topado, señoras y señores, con una olorosa caca sobaquera (como
dicen los expertos). Suspiras, pensando en un campo de orégano para mitigar el
olor, bajas el pañal y coges una toallita. O lo intentas, porque la maldita
está pegada a la siguiente y con la otra mano tienes que sujetarle las piernas
a la pequeña mientras con esa mano tiras y tiras hasta que sacas cuatro toallitas
pero no consigues separar una y ella trata por todos los medios de meter las
patas de TÚ Oso Peposo en el pastel
de su culo y alrededores. Finalmente consigues separar la toallita y procedes a
limpiar: maldita sea ¿es que esta
cosa no es capaz de limpiar? Tu pequeña
princesa tira el oso a Cuenca, tú te planteas ir a recogerlo, pero no ves que
sea buena opción así que le das lo primero que tienes a mano, la caja de las
toallitas.
Mientras
ella está de nuevo entretenida tú procedes a trasladar la caca de un lado a otro de su anatomía, puesto que esas
toallitas no limpian, desplazan y a la vez tratas de respirar lo menos posible
y controlar las arcadas. Parece que va funcionando, te atreves a retirar un
poco más el pañal y (haciendo caso a la
caca del tamaño de toda Barcelona y alrededores) limpiar un poco más
mientras parece que ella te quiere ayudar sacando una a una todas las toallitas
del paquete y esparciéndolas por la cama y
mira que a ti te estaba resultando difícil separarlas. Cuando el número de
toallitas esparcidas llega a un nivel alarmante decides quitarle el paquete,
pero claro, eso a ella no le gusta y protesta gritando y tratando de ponerse de
pie. Entras en pánico, la plasta a su libre albedrío en el pañal, el culo
manchado de la niña amenazando con levantarse y esparcirse por la cama, tienes
que entretenerla, rápido. Lo que más a mano tienes, tu pelo. Inclinas la cabeza
hacia ella y dejas que te tironee del pelo mientras se te saltan las lágrimas,
con una mano limpias, con la otra sigues tratando de sujetarle los pies y tu
nariz está más que demasiado cerca del olor de la plasta que, por cierto, no se
va ni con las diez toallitas que has gastado ya.
Vale,
culete, ombligo y sobacos limpios, retiras el pañal, tratas de doblarlo con
todas las toallitas dentro, deseando que cierre, desaparezca el olor y
procurando encerrar ese pedacito de caca que pugna por salir y mancharte la
mano entera porque claro, los lagrimones no te dejan ver mucho. Casi hecho,
pones el pañal limpio debajo del culete lo
que me faltaba ahora, que te hagas pis en la cama limpia y te planteas ponerle
pomada en el culete, que le están
saliendo los dientes y lo tiene rojito, pobrecita mía, pero levantas la
cabeza y ves el bote de pomada, en la otra punta de la habitación, la niña
terremoto amenazando con arrancarte el pelo, el pañal sucio al que la niña está
poniendo ojitos y…. desistes. Le pones en pie y subes más bien como puedes los
leotardos y los pantalones, suspirando porque sabes que ya has acabado.
Has
sobrevivido al cambio de pañal.
Milésimas
de segundo después aparece la madre de la criatura por la puerta con una
sonrisa de oreja a oreja, cita para la peluquería y Ay, vaya por Dios, se me han olvidado los pañales, ¿qué tal? Ahora
eres tú la que te cagas, pero en la Pijiprofe, en los pañales, en la madre que
la parió y en tu cabeza tonta de madrina amateur que no se le ha ocurrido poner
a los hipnotizadores (lo de los Cantajuego ya lo contaré en otra ocasión) para entretenerla.
Ahora,
madres superexperimentadas, tenéis permiso para ponerme a caldo a mí y a mi técnica en los comentarios.
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