lunes, 30 de julio de 2012

Tan solo tú.

No tengo palabras para describirlo. Eres tan frágil, tan pequeña, que siento la necesidad de protegerte a cada minuto. Tus sonrisas son tan dulces y abundantes que me he acostumbrado a ellas y, cuando no sonríes, me esfuerzo para que cedas y, creando un pequeño hoyuelo, esboces una de tus maravillosas sonrisas. ¿Sabes que te sale una arruguita en la frente cuando sonríes? Es porque se te alzan los pómulos, y vuelven tu rostro en forma de corazón. También se te achican los ojos, y pareces una niña asiática, tan dulce que si estuvieras en la mesa a la hora del postre no dudaría un segundo en comerte.

Así, con los pómulos marcados, tu arruguita, ese hoyuelo, y los ojos brillando, diciéndome a gritos que eres feliz, que estás bien, que eres la persona más especial del mundo, no puedo evitar sentirme totalmente enamorado.

También estás preciosa cuando estás triste. Los ojos se te agrandan y te brillan aún más que de costumbre. Arrugas nariz y se te encogen los labios, como si estuvieras conteniendo un sollozo, pareces un ángel. Pero no me gusta que estés triste y procuro estar a tu lado, abrazarte y sentir tus brazos aferrados a mí como si no hubiese mañana. Tú y yo formamos una burbuja al mundo, nadie puede molestarnos y sé, cuando me abrazas de esa manera y rompes a llorar en mi pecho, que lo nuestro será para siempre, que siempre estaré allí para apoyarte y quererte, para levantarte y limpiarte las lágrimas, para susurrarte al oído que todo saldrá bien. En esos momentos me dan ganas de decirte que no llores, que no sufras, que no tienes porqué hacerlo, que te amo y eso puede ser la solución a todos tus problemas. Pero no lo hago. No lo hago porque no es lo que necesitas, tú lo que necesitas es tranquilizarte, dejar de llorar a otro hombre y mi mano amiga, que te sostenga y te haga reír. En esos momentos me dan ganas de llorar, pero guardo mis lágrimas para otra ocasión y te susurro que te quiero, que estoy aquí.

Tú me oyes, y con el tiempo dejas de llorar y vuelves a sonreír, vuelves a ser esa niña a la que tanto adoro, esa a la que se la ilumina la cara cuando la regalo una rosa por su cumpleaños, esa que es feliz por volver a la infancia y montarnos en un tobogán que encontramos en un parque.

Eres la chica que me hace sonreír por las mañanas, y pasar horas en la cama, recordando los mejores momentos del día, tan divertidos y especiales que hacen que te claves dentro de mí, tan dentro que ya formas parte de mi cuerpo.

viernes, 27 de julio de 2012

Una mejilla con sabor a sal


Una mejilla con sabor a sal, una mirada al infinito, una sábana blanca, unos ojos cerrados, una mano aferrada a un cristal, un abrazo que no llega, un adiós que no se dirá.
No importa si son centímetros o años luz de distancia, no importa porque importa demasiado, no importa toda la gente que abarrota el aire, seguimos siendo los mismos. Pero importa porque ya no somos los mismos, somos uno menos en una mesa en la que ya no se canta.
Da igual que hiciera meses que no nos veíamos porque los abrazos no caducan sino que se renuevan y nos sentimos más unidos que nunca, por desgracia.
Todo sigue igual, tal y como siempre hasta que llega la tormenta, llueve y te das cuenta que las ventanas están cerradas, que son relámpagos los que caen y no hay nadie gritándote desde la calle, ni sentado en el banco.
Pierdes los estribos, gritos sordos que nadie escucha, saludas una vez más y elevas los hombros, las lágrimas caen ocultas por la piel, escuchas historias que se repiten una y otra vez, tratando de crear un consuelo que ralla en la histeria.
Somos más que nunca a pesar de ser uno menos, un objeto que se vuelve mítico, quejas a media voz, entre sollozos, periodos de paz antes de que se acabe el tiempo.
Porque el tiempo se agota y lo sabemos. Somos los de siempre, juntos, sentados esperando que el tiempo pase, aprovechando los últimos segundos, sin darnos cuenta de lo que vemos. Entonces se apaga la luz, se cierra la puerta y dejas de ver nada porque todos pasan a ser nosotros y somos más fuertes que nunca mientras amenazamos con caer.
La cabecera de la mesa está llena de recuerdos que no vamos a olvidar.