sábado, 23 de febrero de 2013

Niños prodigio


Frecuentemente se pueden ver en las noticias casos de niños de doce, cinco, tres años, que tienen unas habilidades asombrosas, que muchos adultos no han llegado a desarrollar. Todos recordamos alguno, aunque sea la niña de lluvia de estrellas o el famoso niño al que no le dejaban sitio en el mar  
Después de ver a cientos de niños prodigio a lo largo de mi vida y darme cuenta de que no soy ninguno de ellos mi nivel de indignación ha llegado a cotas alarmantes.
¿Por qué son ellos niños prodigio y yo no? ¿Por qué hay tantos? ¿Es que yo no voy a ser nunca una niña prodigio? Pues no es justo, señoras y señores. Es que la vida no es justa, Squirrel, deberías darte cuenta.
Pues me niego, no estoy de acuerdo. Yo también quiero desarrollar algún precoz talento natural e innato, como lanzar pepitas de sandía a velocidad de ametralladora o cantar como los ángeles, o pintar maravillosamente o ser un as en algún deporte, aunque sean los dardos.
¿A vosotros no os indigna? Y no me digáis que no, que luego los niños prodigio crecen con traumas incurables y que se quedan traumados para toda la vida, que no me lo creo, que Joselito sigue siendo millonario y bien que le va (aunque salga en Torrente y en Supervivientes ).
En fin, que la vida es cruel y dura, así que os dejo pensar en ello con algunos niños prodigio.

Yahel el niño que esnifaba colacao y se bañaba en lejía:


El niño koreano beatle

I’m yours y su ukelele:


Aelita Andre, una niña australiana que ya expuso sus obras en una galería con tan solo dos añitos. (Iba a poner un vídeo de alguno de los niños de Juan y Medio y Menuda noche, pero era ya demasiado frikismo)


Y mi preferida, pero esta no necesita presentación, porque seguro que la conocéis, la niña de lluvia de estrellas:
[Edito: La niña en cuestión se llama Rosa Rocío Ruano y sigue intentando cantar, esta vez como artista adolescente que volverá locas a las masas O eso dice su madre]

martes, 12 de febrero de 2013

La biblioteca, ese hábitat hostil.


Quizá muchos de los que lean esto tengan ganas de freírme con su ironía al leer el título de la entrada, pero lean, lean un poco más, que nada es lo que parece.
No voy a quejarme de las bibliotecas, no voy a decir que no sirven para nada, que apenas se diferencian de la piratería, que hay demasiadas, que se les destina demasiado presupuesto… mentiría descaradamente si dijera eso.
Admito y proclamo orgullosamente que soy una fiel admiradora de las bibliotecas, que pasaría mucho tiempo allí si tuviera alguna en un radio de menos de 15 minutos de casa. En las bibliotecas conoces los libros de peque, aprendes a elegir por ti mismo, al principio lo haces por la portada, los colores, luego por el título, más tarde evolucionas hasta no mirar dos veces un libro si la contraportada no te ha dicho lo que quieres… Y años después acabas de nuevo escogiendo los libros por el título, o por la portada, o leyendo el nuevo libro de Manolito Gafotas (lo quiero en mi estantería cuanto antes, por si me queréis regalar algo). En las bibliotecas creces como lector, pasas de canijo los veranos, al fresquito, planeando llevarte mil libros estos para la playa, estos para la piscina, este para la siesta en casa del abu… aunque luego solo te dejen coger tres.

Tengo que reconocer no tan orgullosamente que le he cogido un poco de asco a las bibliotecas. ¿Por qué, con lo buenas bonitas y gratuitas que son? Porque son un hábitat, un ecosistema propio donde se desarrolla una especie autóctona: el estudiante estresado.
Yo he sido una de ellos, y lo volveré a ser, y he pasado tantas horas en las bibliotecas acompañada de mis compañeros de especie que les he cogido asco, mucho.
Porque las bibliotecas, señoras y señores, son un hábitat hostil, pero muy, muy hostil. En las bibliotecas se estudia, ¿no? Sí, claro, y se lee, y se escriben cosas, y se hacen trabajos en el ordenador, y se leen periódicos, y se investiga… Lo que nadie que no sea de la especie studentum estresatum piensa es que en las bibliotecas se liga. Sí, se liga. Se liga mucho, o poco, depende de la persona, el lugar y las horas que se lleve ahí. ¿Eso es bueno, no? Se preguntarán. Negativa rotunda, NO, nein, never. ¿Saben lo que significa que una horda de adolescentes estresados vaya a la biblioteca a ligar? Les daré una pista:
Tac tac tac tac. Tac tac tac tac. Tac tac tac tac.

¿Entienden lo que quiero decir? No me refiero al susurro del papel rasgándose para entregar una nota a escondidas, ni los suspiros enamoradas de las muchachas inocentes, ni las miraditas indiscretas entre las mesas. No, es una pesadilla muchísimo peor y que, a pesar de que estamos en pleno siglo XXI y que la ciencia corre que se las pela, aún no se ha conseguido solucionar.
Por Dios, por Alá, por Buda, por Atenea o por quien sea, que alguien invente de una vez los zapatos de tacón que no imiten los andares de un elefante al pisar el suelo. ¿Es suficiente ruego? Háganlo, por favor, o acabará saliendo en las noticias una muchacha acusada de asesinato por lanzamiento de apuntes a morenaza en tacones.

Att: Studenta estresata.

sábado, 9 de febrero de 2013

De discotecas y escenas bíblicas.


A todos nos han pasado cosas extrañas cuando estábamos de fiesta. A cualquier persona que haya salido de fiesta, aunque sea solo un día, aunque solo sea en la boda de su prima la del pueblo, le ha pasado algo extraño. Es una de las cosas que más me gusta de salir de fiesta, o simplemente salir a tomar unas copas tranquilamente. Lo más divertido y a la vez curioso de todo ello es que esa gente tan extraña en muchos casos no está ni mucho menos borracha, simplemente son así. Esa gente tan extraña que pasarán a formar parte de una historia que contar a tus amigos y recordar entre sonrisas o carcajadas, depende de la ocasión.

En esta ocasión se juntaron dos elementos corrientes, religión y fiesta, que por separado son completamente normales, pero juntos forman una combinación algo explosiva. Sí, como un bocadillo de chorizo con nocilla, o café y sándwich mixto.

Probablemente esta no sea la anécdota más extraña que habéis oído, de hecho yo misma tengo anécdotas peores y más extrañas, pero es una que merece la pena contar.Al fin y al cabo, ¿cuántas veces en la vida te entra un tío hablándote de una escena bíblica? Espero, queridos veteranos de la vida, que no sean muchas, porque no creo que mi capacidad para no reírme en la cara de alguien aguante tanto.

¿Conocéis la historia del sueño de Jacob? Esa en la que el personaje del Antiguo Testamento se echa la siesta en un paraje cualquiera de las tierras antiguas y entonces, casualidades de la vida, aparece una escalera del cielo a la tierra, por la que bajan los ángeles, emisarios de Dios.

Pues sí, con esa historia en concreto trataron de ligar, yo tampoco me lo creía. Suerte que segundos después trató de arreglarlo diciendo que había no sé qué cuadro en el Museo del Prado que lo narraba.  El muchacho en cuestión no tenía su día, eso estaba claro, quizá era porque llevaba todo el día trabajando y la cabeza no le daba más, quizá porque eran las dos de la mañana y estaba intentando ligar con una chica que podía ser su hija o nieta, si me apuras. Trató de arreglarlo, pero claro, con una persona que la época del Un dos tres ya le pilló mayorcito, mientras que una servidora todavía andaba en pañales… ni una escena bíblica le consigue el ligue.

martes, 5 de febrero de 2013

Cantajuego is all around us.


9:00 AM
Pequeña V. se despierta y salta en la cuna hasta que Pijiprofe acude y la ve bailando moviendo un dedo arriba y abajo.
“Con mi dedito digo ‘sí, sí’, con mi dedito digo ‘no, no’, digo digo ‘sí, sí’, digo digo ‘no, no’ y este dedito se escondió”.

11:32 AM
Abuela M. da el yogur a pequeña V. ella se revuelve, protesta y escupe todo aquello que logra entrar en su boca. Si yo digo que no como es que no como, hombre, ya. Hasta que abuela M. decide que hay que recurrir a los hipnotizadores:
“En un vagón cargado de sandías, el buen Ramón perdió una zapatilla, ¿qué hacía el buen Ramón adentro del vagón? ¿Qué hacía la sandía sobre la zapatilla?”

01:58 PM
Hora de la comida, Madrina Amateur (oseasé, yo) intenta darle la comida a la princesa. Se repite el ciclo de protestas del yogur y nada ni nadie conseguirá que el puré entre en la boca de esa niña princesa que  comienza a parecer un gremlin. Claro, a menos que ella tenga algún espectáculo con el que entretenerse.
Apenas dos minutos después se ha formado todo un espectáculo digno de Los payasos de la tele: Madrina Amateur, cuchara rebosante de puré en mano, canta canciones infantiles mientras inventa y organiza coreografías lo más vistosas posibles.
“Yo tengo un caballo verde que hace piruetas, se sabe lavar los dientes, va en bicicleta, tiene un callo en la barriga, de estar echado(oooo)… ¡Y cuando lo llevo al río se mete en el agua y sale colorado!

5:28 PM
Madrina Amateur en la universidad, en una práctica en la que tiene que hacer un trabajo con unos compañeros que, por supuesto, no conoce de nada. Ni el tema ni la compañía acompañan y parece ser que su cerebro desconecta porque empieza a cantar:
“El ciempiés es un bicho muy raro, parece que fueran cien bichos atados, yo lo miro y me acuerdo de un tren, le cuento las patas y llego hasta cien…”

07:40 PM
Abuela M. en el supermercado, intentando recordar lo que ponía en una lista que ha olvidado en casa. Arroz, leche, una tapa… ¿qué tapa? La tapa del microondas, cierto…
“La brujita Tapita, vivía en un tapón, que no tenía puerta ni ventana ni balcón…”

Día siguiente, 03:50 AM
Á. alias el Abuelo, con sus compañeros de trabajo tomando café, distraído, aún con las legañas colgando, cuando su boca se mueve y habla por él:
“Ladrillo a ladrillo, construyo un castillo, tan alto, tan alto, que llegue hasta el sol…”

Los compañeros de Á. le miran extrañados, preguntándose si es que le habrá llegado ya la demencia senil. Él, como el resto de la familia, solo puede maldecir:

Malditos, malditos Cantajuegos.

sábado, 2 de febrero de 2013

Como las lentejas de mi madre ningunas



He probado muchas lentejas, muchísimas a lo largo de mi (ya no tan) corta existencia, las de la abuela, las de la tía, las de la otra tía, las del padre, las de la madre de la amiga, las del cuñado, las mías… y no he encontrado ningunas que estén más buenas que las de mi madre.
Y eso que las lentejas de mi madre siempre están un poco pasadas para mi gusto y que se lo digo casi siempre. Aún así como las lentejas de mi madre, ningunas.
Por todos es sabido que la comida de una madre es sagrada y nunca encontrarás a nadie que cocine como ella. De hecho muchas veces buscarás en tu pareja, casi sin darte cuenta, que cocine de una manera parecida a como lo hace tu madre. Y si no lo hace lo intentas, y al principio tragas mientras piensas ni punto de comparación con las lentejas (o cualquier otra comida) de mi madre. Pero según va aumentando la confianza te sueltas un poco y te lanzas a comentarlo, hasta que llega el momento en el que, comida tras comida, te encuentras refunfuñando porque cariño, las lentejas de mi madre están más buenas.
Puede que haya alguna comida que alguien haga mejor que tu madre, que tu pareja la haga mejor, pero nunca lo admitirás, no es que lo haga mejor, es que las suyas también son buenas, como las de ella.  Pero esto nunca ocurrirá con tu plato favorito, jamás, porque tu plato favorito es tal y como lo hace tu madre y cualquier cosa que no sea eso es un pésimo sucedáneo. Al principio lo soportas, lo aguantas, pensando en tu madre cada vez que comes esa comida que te encanta, o que te encantaba, porque ya no sabe como antes. El tiempo pasa y llegas al punto antes comentado, el de decírselo al cocinero, pero los meses, los días, o las comidas siguen corriendo y puede que ya no aguantes más. Y decides tomar medidas.
Cariño, voy a enseñarte a hacer lentejas, pero no como las haces tú, que además le echas zanahoria y eso a mí no me gusta. Te voy a enseñar a hacerlas como las hace mi madre.
Y lo intentas, bien sabe el dios de las lentejas que lo intentas, pero  no consigue cogerle el truco y tú te quedas con las ganas, con las ganas de coger la puerta y pedir asilo político en casa de tus padres, porque tu pareja te ha mandado a la mierda gritándote no sé qué de complejo de Edipo y jurando que no va a volver a comer lentejas en su **** vida.
¿Y ahora qué? Pues ahora te conformas con pensar en otra cosa cada vez que toca comer lentejas en casa, dando gracias que al menos te las cocina alguien, aunque no sea tu madre, porque como te tengas que comer las tuyas mueres por intoxicación. Y sueñas, sueñas con una sonrisa tonta en la cara que el domingo vas a pasar por casa de tus padres y por el dios de las lentejas que no sales de allí sin un buen tupper lleno de las lentejas de tu madre.