No fue un amor de verano cualquiera, no fue como los demás, desenfrenado, ardiente, apasionado, irreflexivo, no fue nada de eso en absoluto. Fue un amor forjado a base de sonrisas, de risas y carcajadas, a base de momentos inolvidables en un entorno mágico, ese amor se forjó a base de libros, museos, paseos y arte, a base de intereses comunes y conversaciones interminables. También se forjó a base de silencios entre dos personas desconocidas que se encontraban y juntos, por azar del destino, se iban solos a disfrutar de la magia.
Su encuentro no fue un encuentro de película, ambos iban en busca de otra persona, mucho más guapa, mucho más sexy, mucho más atractiva. Dio la casualidad que el destino quisiera que esas dos personas deseadas se encontraran y se juntaran, dejándolos a ellos solos, frente a frente, un segundo antes de ocultar la decepción. Sus ojos se encontraron y no les quedó más remedio que sonreírse y sentarse a hablar, cómo te llamas, de dónde eres, cuántos años tienes, qué estudias, cuál fue la última película que viste. Saltó la chispa, el interés prendió en ella, el interés prendió en él, una propuesta inesperada, vente conmigo, te llevaré a un lugar maravilloso que aún no conoces, que te encantará, seré tu guía, de acuerdo. Pronto se dará cuenta que se llena de orgullo y dice palabras como magnífico, maravilloso, perfecto, con una sonrisa y grandes gestos, siempre con una sonrisa en los labios, siempre haciéndola reír, siempre, siempre, son una melodía en los labios.
Pasan los días, las semanas, se ven todos los días, acompañados, solos, como fuera, están solos en un mundo extraño, y podría decirse que se han hecho amigos. El tiempo se agota y estrechan lazos entre caminatas, risas, museos, cultura, ardillas, música y risas. Llega el último día y apuran las horas, los minutos, saben que no volverán a verse y se desahogan, jugando como niños, marcando sus diferencias, muriéndose de risa mientras el mundo les ve ser felices jugando con nada. El tiempo se acaba, llega la noche, una noche mágica, con algo de lluvia, un escenario de película, junto al río, mirándolo fijamente, en silencio, frente a su lugar preferido de la ciudad, iluminado para la ocasión, para despedirlos, no se tocan, el silencio esconde sus pensamientos, sólo que no hay silencio, él, como siempre, tiene una melodía en los labios.
Llega el momento, el tiempo ha sido un suspiro a su lado, el mejor verano de su vida y aún no es capaz de pensar que se acaba, que no le volverá a ver. Sus caminos se separan y no saben cómo despedirse, dos besos, buen viaje, cuídate, lo mismo digo, un abrazo. Un abrazo. El único abrazo de todo el verano, por el que ella lleva suspirando todas las noches, agarrando la almohada.
Se separan, el tiempo se ha agotado, un último adiós, una última mirada.
Ella camina, alejándose, dándose cuenta que se acabó el tiempo, que no le volverá a ver, que la ha abrazado, que ha sido un gran amigo, una persona como no ha conocido nunca, que ha sido su amor de verano. No habrá más sonrisas, más risas, ni más magníficos ni más maravillosos, no visitarán más sitios juntos ni la volverá a abrazar. Sólo ahora se da cuenta lo importante que es para ella, todo lo que ha sentido en ese abrazo que él sabía que necesitaba y que ha estado esperando hasta ese último momento para darla. Se sienta en un vagón medio vacío, percatándose de todo, llorando por lo que ha perdido sin darse cuenta, por todo lo que ha tenido en sus manos y que nunca más volverá a tener. Camina por las calles a oscuras encogida, no por frío ni por la lluvia que comienza a salpicar, sino porque se pronto la ciudad está en silencio, no se oyen risas, sólo el sonido de la lluvia golpear el suelo, sólo el sonido de sus sollozos ahogados. No está él con sus melodías en los labios.