viernes, 27 de abril de 2012

Un amor de verano.

Él sólo fue un amor de verano. Un amor de verano especial, puesto que sólo se convirtió en amor una vez que terminó.
No fue un amor de verano cualquiera, no fue como los demás, desenfrenado, ardiente, apasionado, irreflexivo, no fue nada de eso en absoluto. Fue un amor forjado a base de sonrisas, de risas y carcajadas, a base de momentos inolvidables en un entorno mágico, ese amor se forjó a base de libros, museos, paseos y arte, a base de intereses comunes y conversaciones interminables. También se forjó a base de silencios entre dos personas desconocidas que se encontraban y juntos, por azar del destino, se iban solos a disfrutar de la magia. 
Su encuentro no fue un encuentro de película, ambos iban en busca de otra persona, mucho más guapa, mucho más sexy, mucho más atractiva. Dio la casualidad que el destino quisiera que esas dos personas deseadas se encontraran y se juntaran, dejándolos a ellos solos, frente a frente, un segundo antes de ocultar la decepción. Sus ojos se encontraron y no les quedó más remedio que sonreírse y sentarse a hablar, cómo te llamas, de dónde eres, cuántos años tienes, qué estudias, cuál fue la última película que viste. Saltó la chispa, el interés prendió en ella, el interés prendió en él, una propuesta inesperada, vente conmigo, te llevaré a un lugar maravilloso que aún no conoces, que te encantará, seré tu guía, de acuerdo. Pronto se dará cuenta que se llena de orgullo y dice palabras como magnífico, maravilloso, perfecto, con una sonrisa y grandes gestos, siempre con una sonrisa en los labios, siempre haciéndola reír, siempre, siempre, son una melodía en los labios.
Pasan los días, las semanas, se ven todos los días, acompañados, solos, como fuera, están solos en un mundo extraño, y podría decirse que se han hecho amigos. El tiempo se agota y estrechan lazos entre caminatas, risas, museos, cultura, ardillas, música y risas. Llega el último día y apuran las horas, los minutos, saben que no volverán a verse y se desahogan, jugando como niños, marcando sus diferencias, muriéndose de risa mientras el mundo les ve ser felices jugando con nada. El tiempo se acaba, llega la noche, una noche mágica, con algo de lluvia, un escenario de película, junto al río, mirándolo fijamente, en silencio, frente a su lugar preferido de la ciudad, iluminado para la ocasión, para despedirlos, no se tocan, el silencio esconde sus pensamientos, sólo que no hay silencio, él, como siempre, tiene una melodía en los labios.
Llega el momento, el tiempo ha sido un suspiro a su lado, el mejor verano de su vida y aún no es capaz de pensar que se acaba, que no le volverá a ver. Sus caminos se separan y no saben cómo despedirse, dos besos, buen viaje, cuídate, lo mismo digo, un abrazo. Un abrazo. El único abrazo de todo el verano, por el que ella lleva suspirando todas las noches, agarrando la almohada.
Se separan, el tiempo se ha agotado, un último adiós, una última mirada.
Ella camina, alejándose, dándose cuenta que se acabó el tiempo, que no le volverá a ver, que la ha abrazado, que ha sido un gran amigo, una persona como no ha conocido nunca, que ha sido su amor de verano. No habrá más sonrisas, más risas, ni más magníficos ni más maravillosos, no visitarán más sitios juntos ni la volverá a abrazar. Sólo ahora se da cuenta lo importante que es para ella, todo lo que ha sentido en ese abrazo que él sabía que necesitaba y que ha estado esperando hasta ese último momento para darla. Se sienta en un vagón medio vacío, percatándose de todo, llorando por lo que ha perdido sin darse cuenta, por todo lo que ha tenido en sus manos y que nunca más volverá a tener. Camina por las calles a oscuras encogida, no por frío ni por la lluvia que comienza a salpicar, sino porque se pronto la ciudad está en silencio, no se oyen risas, sólo el sonido de la lluvia golpear el suelo, sólo el sonido de sus sollozos ahogados. No está él con sus melodías en los labios.

jueves, 5 de abril de 2012

Pequeña.

Pequeña, ¿qué te ocurre?
Estás diferente, ya no eres tan dulce, tan alegre, tan feliz, como eras antes, ya no me besas cada mañana para despertarme con tus labios, ya no me sorprendes con un abrazo mientras preparo la cena, ya no corres a mi lado cuando vamos a vernos y me saludas saltando a mis brazos.
Pequeña, ¿qué te pasa?
Ya no buscas mis labios, no sonríes cuando te acaricio, cuando te beso, me aparto y te miro, esperando a que abras los ojos, no veo en ellos la luz de siempre, ya no te tumbas sobre mí en el sillón, no me dejas mensajes secretos en el espejo del baño.
Pequeña, ¿qué ha pasado?
Los vientos me dicen que es la rutina, que tus labios se han hecho tanto a los míos que ya no saben a nada, que tus manos ya no sienten las mías, que tu cuerpo no desea el mío y tu corazón se ha acostumbrado al irregular latido del mío, que calla sólo por oírle latir.
Pequeña, ¿estás aquí?
Resulta que la rutina me ha hecho acostumbrarme a ti, si mis labios no saben a los tuyos dejan de percibir sabor, mis manos tiemblan si no tocan las tuyas y mi cuerpo se encoje, se pierde en la inmensidad de la nada sin el tuyo.
Pequeña, ¿has olvidado lo que fuimos?
Recuerda el color del cielo los días que me querías, el olor de la hierba fresca sobre la que rodábamos, construyendo espirales de risas y locura, el sabor de la brisa que mecía tus ropas aquellas interminables noches frente al mar en las que me contabas tus planes, tus deseos. Recuerda el tacto de todas esas sonrisas, de todas esas miradas, de todos esos sueños.
Pequeña, recuerda que te quiero.

miércoles, 4 de abril de 2012

Cántame tus sueños.

Cántale a la diosa luna todos tus deseos, pero date prisa, hazlo antes de que amanezca.
Susúrrale a la noche lo que quieres, qué es lo que tu corazón busca, qué es lo que anhela y declama, entre jadeos, en esta noche. Cuéntale a los dioses lo que amas, cuéntales qué es lo que sientes, tú, mi dulce luna de abril, en esta noche tan clara, en la que te siento tan cerca, tan luminosa, entre las sábanas.
Hazles saber que me amas, grítalo, no calles lo que tus besos, torpes, ocupados en otras cosas, me transmiten. No silencies los latidos de tu corazón, que palpitan al ritmo de los sueños, de los sueños que ya hemos cumplido, de los muchos que quedan por cumplir pero, sobre todo, de los sueños que estamos cumpliendo, aquí y ahora, en este preciso instante, bajo esta luna de abril que baña tu cuerpo.
No tengas prisa, los dioses nos esperan, yo te espero, mi brisa de primavera, pero no te detengas, no dejes de dibujar con tus dedos todos tus encantos, todos tus caprichos que se enredan en mi cuerpo y me atan a ti durante el inmenso instante de esta noche que nos une. Hazlo con calma, despacio, no agotes los suspiros que nos quedan, dedícalos a decirme que eres tú, sueño que se escapa entre mis dedos, dedícalos a quererme, a abrazarme el alma y acogerla para siempre, para toda la eternidad de esta noche.
Canta esta noche a la luna lo que siempre quisiste decir, cántalo porque la dama de luz se marcha y el sol toca las campanadas del ocaso de la noche. Cántalo antes de que despierte, porque después no quedará nada.

domingo, 1 de abril de 2012

Aquello no era una escena de sexo.

Aquello no era una escena de sexo, pero casi.

Ella no podía saber, ni remotamente podía imaginar, cuando se acercó a aquel monumento, que iba a encontrarse con aquello.

Allí, en el altar a la gloria de la patria, entre una triple hilera de columnas, dos personas, aunque también cabría decir que podía ser sólo una, estaban teniendo el momento más sexual que ella había vivido en toda su vida.

Esas personas no estaban teniendo sexo, en absoluto, pero el sexo se respiraba en el ambiente, se podía palpar con los labios y saborear con la lengua.

Y eso era precisamente lo que aquella pareja estaba haciendo.

Por milésima vez ella se lo repetía en su mente, no estaban teniendo sexo, pero la forma en la que la chica se separaba de los labios de su amante, necesitada de aire, jadeante, la postura torcida de su cuerpo, espalda quebrada en un giro anhelante, apoyada en la columna, siendo castigada por las estrías de esta, que la arañaban, golpeaban y teñirían de moratones la mañana siguiente, todo estaba impregnado de sexo.

Él tampoco se quedaba atrás, se saboreaba el sexo en su lengua, que inundaba la boca de su amante, que jugaba con el lóbulo de su oreja y que se escondía tras los dientes para que estos, clavándose en la femenina piel, la provocaran un jadeo que gritaba que aquello era sexo en toda regla.

Sin embargo, o quizás precisamente por ello, ella, la visitante, se había quedado paralizada, a medio camino entre las columnas, sin saber si irse escalinata abajo para no interrumpir, seguir mirando, o seguir paseando ya que, qué más faltaría, no era ella quien estuviera haciendo algo censurable allí. Aunque, a decir verdad, aunque quisiera no podría alejarse de allí. No por imposibilidad física, bastaría con dar media vuelta y bajar la escalinata que acababa de subir, dirigirse a cualquiera de los maravillosos lugares que plagaban la ciudad, sino que ella, tan dulce, casta e inocente, nunca había presenciado una escena de tal calibre.

Aquellos desconocidos no podían imaginar que a aquella chica nunca la hubiera besado nadie, que sus labios, suaves y finos, no habían sido tocados por otros labios, que su cuerpo, maduro,esbelto, hermoso, no había sido preso del amor. Mejor dicho, ¿amor? ¿qué amor? No había sido preso del deseo, del ardiente avance del fuego por sus curvas, iniciado en su mente, en su cintura, en sus caderas, y extendido hacia cada parte de su anatomía hasta que no cupiera en él una brizna de cualquier cosa que no fuera el deseo.

Claro que por supuesto, aquellos desconocidos no eran precisamente conscientes de que estaban siendo observados y eso hacía a escena más secreta, más excitante y aún más sexual si cabe. Ella no sabía si era que estaba desarrollando un gusto por el voayeur, si era una enferma, sacudida por el morbo de aquella situación o si acaso era un sentimiento totalmente normal para una joven como ella.

Para el caso lo mismo daba, puesto que a pareja seguía sin sentirse observada, besándose, lamiéndose y amándose, jugando a ser uno mientras, en la sombra, una chica era incapaz de apartar la mirada de aquello.

Aquello que no era en absoluto sexo, pero la palabra estaba escrita en cada centímetro de su piel y, en su mente, quedaría por siempre grabada en cada centímetro de aquel lugar.