A todo niño le gustan las pompas, eso es un hecho conocido por todos. Es lógico que a pequeña V. le gusten las pompas.
Lo descubrimos ayer, cuando dos niñas del parque estaban jugando con ellas y pequeña V. las vio por primera vez. Sería bastante acertado decir que entró en éxtasis.
Lo que no me esperaba en absoluto es que las pompas me hicieran tan feliz a mí también. Me chiflan, me encantan y me encanta más que no lo recordara. Tan solo soplar y que salgan pompas, un par, una decena, varias... Se me dibuja la sonrisa tonta.
Antes de darme cuenta me descubro sentándome en el suelo, agachando la cabeza y soplando hacia arriba para que suban, suban y vuelen lo más alto posible, antes de estallar en un arcoiris.
Huelga decir que el efecto no sería el mismo si no tuviera a V. a mi lado. Adora las pompas, quizá porque son la novedad, o quizá no. Tan solo en un día ya ha aprendido a decir
pompah, aunque no dice pompas, sino que marca mucho las labiales y la 's' se la come.
Más, más, repite una y otra vez, intenta soplar pero lo hace desde demasiado lejos y lo cierto es que le dan un poco de miedo, porque cuando las pompas van hacia ella retrocede un poco.
Hoy las pompas y pequeña V. me han regalado la imagen más bonita que recuerdo, más incluso que esa que cambió mis estudios y también mi vida, más incluso que todas esas imágenes que me han hecho ser como soy.
Imaginaos, pequeña V. aunque no sepáis cómo es, parada ante vosotros, el rostro expectante, la sonrisa imborrable, los ojos brillantes... y una cara de sorpresa absoluta, a medio camino de la risa, cuando una pompa se dirige hacia ella y aterriza formando un arcoiris justo en su nariz.