miércoles, 7 de noviembre de 2012

Crónica de una madrina amateur: los pañales.


Que cambiarle los pañales a un niño es una odisea lo sabe todo el mundo, que sin práctica esa acción se hace mucho más difícil es de cajón. Claro que una cosa es decirlo y otra hacerlo.
Aquí donde me ven soy madrina y tía primeriza, pero primeriza amateur al mayor nivel imaginable: el último bebé que hubo en mi casa/familia/entorno fui yo. Hasta que llegó a pequeña V (alias princesa, ardilla y otros muchos). Así que aquí estamos, en el lado derecho del ring: Sorita, madrina amateur, joven inocente que aún no llega a la veintena. En el otro lado del ring, V. bebé de 10 meses cuyo mayor objetivo en la vida es chillar y reír a gritos hasta que te estallen los tímpanos.
El primer round comienza cuando Pijiprofe, léase madre de la criatura y hermana de una servidora, llama al teléfono diciendo que llega y que baje a por la niña que tiene una plasta más grande que Barcelona y la tienes que cambiar porque yo tengo que ir a comprar pañales y pintauñas y una horquilla color rosa palo con pintitas azul Prusia… En fin, que hay caca y toca limpiarlo. La técnica en teoría es sencilla, la niña tumbada en la cama, muñeco y peluche encima del bebé para entretenerle y que no se levante, bajar pantalones y leotardos del tirón, aguantar los pies con una mano mientras con la otra abres el pañal, sacas una toallita de la caja, le limpias, levantas el culo del bebé, retiras el pañal, lo doblas, colocas uno nuevo, cierras y subes de nuevo los leotardos y pantalones. Claro que eso es pura teoría.
La realidad, como podréis imaginar, es mucho más compleja. Le das a la niña su peluche favorito (Oso Peposo robado anteriormente propiedad de la Tita oseasé yo), le bajas los pantalones y los leotardos. Hasta ahí bien, lo malo llega cuando respiras hondo y, preparándote para lo que viene, desabrochas los dos lados del pañal y lo retiras un poquito. Ay madre, quién me mandará a mí. Huele mal, muy mal, y le llega hasta el ombligo. Hemos topado, señoras y señores, con una olorosa caca sobaquera (como dicen los expertos). Suspiras, pensando en un campo de orégano para mitigar el olor, bajas el pañal y coges una toallita. O lo intentas, porque la maldita está pegada a la siguiente y con la otra mano tienes que sujetarle las piernas a la pequeña mientras con esa mano tiras y tiras hasta que sacas cuatro toallitas pero no consigues separar una y ella trata por todos los medios de meter las patas de Oso Peposo en el pastel de su culo y alrededores. Finalmente consigues separar la toallita y procedes a limpiar: maldita sea ¿es que esta cosa no es capaz de limpiar?  Tu pequeña princesa tira el oso a Cuenca, tú te planteas ir a recogerlo, pero no ves que sea buena opción así que le das lo primero que tienes a mano, la caja de las toallitas.
Mientras ella está de nuevo entretenida tú procedes a trasladar la caca de un lado a otro de su anatomía, puesto que esas toallitas no limpian, desplazan y a la vez tratas de respirar lo menos posible y controlar las arcadas. Parece que va funcionando, te atreves a retirar un poco más el pañal y (haciendo caso a la caca del tamaño de toda Barcelona y alrededores) limpiar un poco más mientras parece que ella te quiere ayudar sacando una a una todas las toallitas del paquete y esparciéndolas por la cama y mira que a ti te estaba resultando difícil separarlas. Cuando el número de toallitas esparcidas llega a un nivel alarmante decides quitarle el paquete, pero claro, eso a ella no le gusta y protesta gritando y tratando de ponerse de pie. Entras en pánico, la plasta a su libre albedrío en el pañal, el culo manchado de la niña amenazando con levantarse y esparcirse por la cama, tienes que entretenerla, rápido. Lo que más a mano tienes, tu pelo. Inclinas la cabeza hacia ella y dejas que te tironee del pelo mientras se te saltan las lágrimas, con una mano limpias, con la otra sigues tratando de sujetarle los pies y tu nariz está más que demasiado cerca del olor de la plasta que, por cierto, no se va ni con las diez toallitas que has gastado ya.
Vale, culete, ombligo y sobacos limpios, retiras el pañal, tratas de doblarlo con todas las toallitas dentro, deseando que cierre, desaparezca el olor y procurando encerrar ese pedacito de caca que pugna por salir y mancharte la mano entera porque claro, los lagrimones no te dejan ver mucho. Casi hecho, pones el pañal limpio debajo del culete lo que me faltaba ahora, que te hagas pis en la cama limpia y te planteas ponerle pomada en el culete, que le están saliendo los dientes y lo tiene rojito, pobrecita mía, pero levantas la cabeza y ves el bote de pomada, en la otra punta de la habitación, la niña terremoto amenazando con arrancarte el pelo, el pañal sucio al que la niña está poniendo ojitos y…. desistes. Le pones en pie y subes más bien como puedes los leotardos y los pantalones, suspirando porque sabes que ya has acabado.
Has sobrevivido al cambio de pañal.
Milésimas de segundo después aparece la madre de la criatura por la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, cita para la peluquería y Ay, vaya por Dios, se me han olvidado los pañales, ¿qué tal? Ahora eres tú la que te cagas, pero en la Pijiprofe, en los pañales, en la madre que la parió y en tu cabeza tonta de madrina amateur que no se le ha ocurrido poner a los hipnotizadores (lo de los Cantajuego ya lo contaré en otra ocasión)  para entretenerla.
Ahora, madres superexperimentadas, tenéis permiso para ponerme a caldo  a mí y a mi técnica en los comentarios.